En los ya distantes albores de la era autonómica, los catalanes -¡ilusos de nosotros!- creímos que iban a desaparecer las diputaciones, pues para algo nos habían devuelto la Generalitat, que parecía convertir en inútil un invento que atufaba a franquismo. ¡Qué poco conocíamos a nuestros políticos! Siendo la duplicación de cargos y funciones una de las esencias del autonomismo, enseguida se dieron cuenta todos de que las diputaciones eran un chollo (todo lo franquista y centralista que quieran) que merecía la pena preservar. En teoría, una vez restaurada la Generalitat, eran inútiles, pero, en la práctica, constituían unos organismos perfectos para controlar un presupuesto abultado, gestionarlo como mejor conviniera (quien parte y reparte, se lleva la mejor parte) y colocar a miembros del partido con los que no se supiera muy bien qué hacer (la misma táctica se aplicó en los medios de agitación y propaganda del régimen, TV3 y Catalunya Radio). Y así fue cómo las diputaciones siguieron en su sitio, dedicándose, básicamente, al reparto de monises y a las actividades propias de cualquier agencia de colocación.

Tras la victoria municipal de Jaume Collboni, la diputación de Barcelona va a quedar en manos de los socialistas gracias a los votos de los comunes y del grupúsculo Tot per Terrassa, que comanda el alcalde de dicha localidad, Jordi Ballart, un tránsfuga del PSC. Quedan, pues, fuera de la ecuación ERC, Junts x Cat y el independentismo en general, que ha sido incapaz (una vez más) de ponerse de acuerdo en algo para pillar cacho (con la falta que le hace). Por mucho que nos alegre a los constitucionalistas librarnos de ellos en la diputación de Barcelona, los lazis se van haciendo cada vez más acreedores de nuestra (relativa) compasión. Hablando claro, hace tiempo que no dan una.

Sí, hubo conatos de montar un frente indepe para hacerse con nuestra diputación, pero fue imposible superar las inquinas mutuas, lo cual fue aprovechado por los sociatas para ir a su bola y recabar los apoyos necesarios, gracias a los cuales la nueva presidente del ente será la alcaldesa de Sant Boi, Lluísa Moret. Y en el lazismo, mientras tanto, todo es llanto, crujir de dientes y miseria financiera (la miseria moral nunca les ha afectado). Yo diría que lo de la diputación de Barcelona es un nuevo clavo en el ataúd del procesismo: ERC y Junts, a matar; Junts, sin un duro para financiarse la campaña para las elecciones del día 23 porque toda la pasta de la antigua Convergencia le ha tocado al PDeCat por decisión judicial; Puchi, quejándose de que no puede ir a Estrasburgo por miedo a ser detenido (sin que nadie le haga el menor caso); Rufián y el beato Junqueras yéndose a Euskadi a exigir su referéndum y el de los abertzales (entre la indiferencia general)… Da toda la impresión de que estamos asistiendo a un bendito cambio de ciclo en el que los procesistas cada vez pintan menos: no contentos con tener enfrente a España (incluyendo a más de media Cataluña), también se las han de ver con las autoridades europeas y el odio sarraceno de una parte importante de sus antiguos votantes, que no les perdonan no haber dado ni un palo al agua desde la aplicación del 155 (pese al ingenio demostrado por Pere Aragonès a la hora de alumbrar el independentismo autonomista, ¡todo un hallazgo conceptual!).

Parafraseando al Leonard Cohen que aseguraba que primero tomaremos Manhattan y luego tomaremos Berlín, los socialistas catalanes deben ver la conquista de la diputación de Barcelona como el prólogo de su llegada a la presidencia de la Generalitat. Y yo diría que tienen serias posibilidades de conseguirlo. Cataluña es el nuevo país de las maravillas: primero, republicanos y convergentes intercambian sus papeles; después, los socialistas, que se supone que son de izquierdas, se convierten en personas de orden para cualquiera que esté hasta las narices del sindiós lazi desatado en el 2012 y que solo ha traído cizaña para la convivencia y ruina para los negocios (¿ha vuelto a Cataluña alguna empresa de las que se dio el piro cuando la charlotada del 2017?).

 El socialismo como sinónimo de orden y sensatez. El independentismo como representación de la rauxa suicida de nuestra malcriada burguesía. ¡Y lo que nos queda por ver!