Advertencia para antes de continuar: no es lo mismo una o un ciclista, que una tonta o un imbécil sobre una bicicleta. Estas líneas van a favor de quienes pedalean cumpliendo leyes, ordenanzas y normas de civismo y educación. Y contra los que no se comportan así, son incapaces de entenderlas y chulean de superioridad moral y ecológica aunque cargan sus bicicletas en todoterrenos y furgonetas. Los indignos de practicar un deporte, pasear o trasladarse en un vehículo cada vez más desacreditado por su imperdonable culpa. Los que desmienten la película basada en la obra de Fernando Fernán Gómez, Las bicicletas son para el verano. Afortunadamente, crece una corriente de opinión que exige actuaciones policiales, advertencias y sanciones para esta gente tan molesta.

Este verano, la asociación ecologista de Sant Just Desvern, Alnus, ha denunciado que “Collserola se ha convertido en una peligrosa autopista de ciclistas y en un “circuito de cros y BTT no oficial. Los peatones sufren una creciente preocupación, inseguridad e intranquilidad debido a comportamientos imprudentes que ignoran la normativa del parque”. Además de ser un peligro para caminantes, dañan el entorno natural y se saltan la prohibición de circular por senderos. Esta plaga tóxica se ha extendido también por Girona, según relata el escritor Abert Soler en un artículo satírico sobre los  bicipijos  que “visten culote, mallot, zapatillas profesionales, cuanto más caras mejor y transportan bidones de bebidas isotónicas, casco y un reloj que indica las pulsaciones y la distancia recorrida […] para presumir  de una bicicleta que ronda los dos mil euros”.

Soler se suma a la tradición periodística que inició en 1888 Santiago Rusiñol con su artículo De Vic a Barcelona en bicicleta. Satirizaba a las “manadas de velocípedos cabalgados […] por ciclistas con su impericia, sus maniobras insensatas, sus vestimentas estrafalarias y otras ridiculeces”. A estas ridiculeces, suma Soler que: “En el centro de Girona uno sólo ve ciclistas, tiendas para ciclistas y  bares para ciclistas que se distinguen de los demás  por sus elevados precios. Donde antes había una taberna, hoy aparece un bar para  ciclistas, con sus potingues, sus infusiones sus proteínas y su leche sin lactosa”.  Son puntos de encuentro que huelen a sudor donde los domingueros lucen, comparan y comentan los modelitos comprados en tiendas caras y en grandes almacenes de saldos.

El verano pasado, las opiniones contra los bicipijos incívicos que molestan allá por donde vayan se extendieron a las carreteras. Cartas de lectores a diarios se quejaron de su presencia en ellas. Uno argumentó: “las carreteras están construidas para los medios de transporte, no para un deporte que debería practicarse en circuitos diseñados para este propósito y salir de las carreteras convencionales”. Otro afirmaba: “el otro día conté un tour de quince bicicletas, una al lado de otra”. Y otro: “los ciclistas piden leyes más duras por los atropellos. De acuerdo. ¿Y si exigimos, para empezar, que vayan identificados?” Observó Rusiñol en aquella Barcelona casi sin vehículos, que a las bicicletas: “hasta los coches y tranvías les tienen manía”.  Ahora se la tienen hasta los ciclistas de verdad.