Ada Colau nunca tuvo muy claras las diferencias entre el activismo social y las obligaciones institucionales inherentes a ocupar el cargo de alcaldesa de Barcelona. Por eso, cuando recibió de diversas asociaciones 3750 firmas para que el ayuntamiento de la Ciudad Condal rompiera relaciones con Israel por el modo en que el gobierno de ese país trata a sus vecinos palestinos, se vino arriba y suspendió unilateralmente el hermanamiento de Barcelona con Tel Aviv, pese a que ésta es la ciudad más progresista de Israel, donde menos pintan los hasídicos y a donde emigran todos los israelíes laicos que ya no pueden más de los meapilas de su pueblo. Ni corta ni perezosa, Ada y su secuaz Laura Pérez (responsable del departamento de Justicia Global y Cooperación Internacional, incongruente en cualquier ayuntamiento porque tales cuestiones interpelan a instancias superiores) partieron peras con Tel Aviv, provocando el lógico enfado de los mandamases de esa ciudad y de sus habitantes en general.

Ahora, Ada y su fiel Laura se enfrentan a una querella por prevaricación que las va a conducir al banquillo. Su acusador es el abogado Francesc Jufresa: le conozco y es de los que muerden y no sueltan. Se las acusa de prevaricar; es decir, tomar unas medidas a sabiendas de que son injustas; y la cosa se agrava por la falta de competencias para emprender una iniciativa semejante. Como de costumbre, Ada se hace la sorda y sigue conspirando para intentar formar un gobierno tripartito en el ayuntamiento barcelonés con ERC y el PSC. Y Collboni, por si acaso, mantiene libre el departamento de Vivienda y Turismo por si al final no le queda más remedio que echarle algo a los comunes (Ada insiste en que cada sección municipal sea un compartimento estanco que no rinda cuenta a la superioridad, algo que Collboni, en mi modesta opinión, debería evitar a cualquier precio: por poco poder que tengan, los comunes siempre insistirán en tirar adelante su deplorable agenda). Al mismo tiempo, Ada sigue adosada a Yolanda Díaz por si cae algo en Sumar: está claro que esta mujer no se va ni con agua hirviendo.

Y en cuanto a lo de Tel Aviv…Vamos a ver, todos sabemos que la actitud hacia Palestina del gobierno del corrupto Benjamín Netanyahu (un tipo que, en cuanto deje de ser presidente de su país, me lo empapelan por mangante) no es precisamente ejemplar. Sí, Bibi podría meterse sus asentamientos por donde le cupieran. Y debería cuadrar a los fanáticos religiosos que lo rodean, cosa imposible si tenemos en cuenta que constituyen uno de sus principales apoyos. Pero Bibi debe ser el primero al que no le gusta cómo se hacen las cosas en Tel Aviv, una ciudad que se esfuerza en mantener la dignidad y la ética en un contexto socio-político en el que tales conceptos no gozan de muy buena prensa. Tomarla con Tel Aviv es, además de una grosería, una operación política de una torpeza considerable, un gesto para la galería supuestamente progresista y, en última instancia, una cierta y discreta muestra de antisemitismo. Hay otras maneras de decirle a Bibi lo que piensas de él y de su costroso gobierno. No hace falta humillar a una ciudad que hace lo que puede para comportarse de forma decente con sus habitantes y sus vecinos.

Pero lo cierto es que siempre ha habido un difuso antisemitismo entre nuestra extrema izquierda en general y nuestros comunes en particular. Frente a propagandistas del sionismo como Pilar Rahola, que siempre encuentra disculpas para la última atrocidad del ejército israelí, los comunes están trufados de gente que se pone incondicionalmente de parte de los palestinos, aunque organizaciones como Al Fatah y, sobre todo, Hamas colaboren notablemente a la cronificación del conflicto con sus inútiles bombazos y sus absurdos apuñalamientos. Los palestinos no son unos angelitos y, lamentablemente, quienes llevan la voz cantante entre ellos suelen ser los más brutos e intolerantes, los que más se parecen a lo más bestia del bando israelí. Entre unos y otros se alza la ciudad de Tel Aviv, lo más parecido a un sitio normal que hay en todo el estado de Israel. Y precisamente con Tel Aviv la tomaron Ada y su fiel Laura, para hacerse las progresistas y satisfacer a 3750 personas, que no me parece precisamente una cifra desmesurada que equivalga a una genuina presión social.

Los actos tienen consecuencias. Las meteduras de pata, por progresistas que se pretendan, también. Ha llegado la hora de medirse con el implacable Jufresa. Yo, de ellas, me iría calzando.