Supongo que ya estarán cansados de tanta mala política, tanto debate a cara de perro, tantas mentiras o «inexactitudes», tanto ruido, tanta bronca, todo tan chusco, tan preocupante, tan grosero… Atisbo cierto cansancio, ese indefinible hartazgo de una campaña electoral inacabable. Pues agárrense, que esto es solamente el principio.

Visto el percal, me he dicho que hoy mejor les hablaré de animales. Además, es verano, tiempo de noticias de bichos. Lo que ha ocurrido es que, con todo ese ruido electoral, los tiburones muerdebañistas y las medusas asesinas se han quedado acechando, en la sombra, esperando a que llegue su oportunidad. Otras especies míticas nos contemplan desde las hemerotecas del pasado. La criptozoología veraniega incluye la leona de La Sènia, la pantera de los monegros, el cocodrilo del Pisuerga, el abominable hombre de las nieves de Baqueira Beret (este fue en invierno, pero merece ser citado aquí) y un largo etcétera.

Barcelona tiene en su haber una de las más fantásticas criaturas veraniegas, la (cito) «extraña y gigantesca ave» que sobrevolaba la ciudad. La primera noticia que tenemos de ella se publicó en las «Cartas al Director» del diario «La Vanguardia» el 10 de junio de 1990. Un lector del periódico, Pere Carbó, afirmó haber visto esa ave «gigantesca» en los cielos de la ciudad preolímpica. Durante días y días, no faltaron testigos que aseguraban haberla visto ahora aquí, ahora allá. ¿De qué se alimentaba? ¿De palomas? ¿De gatos? ¿De niños? Unos decían que parecía un cóndor y otros, un albatros, pero no faltó quién mencionó a los pterodáctilos, ya puestos. Algunos naturalistas se sumaron al carro de las especulaciones y algunos otros se mostraron escépticos. Y entonces la extraña y gigantesca ave barcelonesa se esfumó y nunca más se supo de ella.

Pero hay fauna urbana más conocida y prosaica. Están las cucarachas, que son un incordio, los mosquitos, otros que tal, las moscas… Si nos vamos a los animales vertebrados, tenemos las ratas grises o de alcantarilla, las ratas negras, que anidan en los árboles, y los jabalíes, que antes no venían a la ciudad y hoy ya se han aficionado al asfalto de algunos barrios. También tenemos colonias de gatos, que suponen un problema que suele pasarse por alto, y nos falta King Kong para adornar la Sagrada Familia, pero todo se andará. Todos estos bichos (excepto King Kong) se alimentan de la basura con restos de alimentos que corren por la ciudad, en bolsas para ser recogidas puerta a puerta, en papeleras o en contenedores.

Quizá los aficionados a la naturaleza disfruten más con los pájaros. Es sorprendente y asombra la cantidad de pájaros que anidan en Barcelona. Los ornitólogos han identificado a más de ochenta especies de pájaros que nidifican en la ciudad misma, pero más de trescientas que hacen su nido en los inmediatos alrededores.

Tenemos el Delta del Llobregat o el Parque Fluvial del Besós, pero también lugares como el parque de la Ciutadella, el Jardín Botánico, el parque de Diagonal Mar y, cómo no, el parque de Collserola, donde hay de todo. En cualquier lugar podemos llevarnos una sorpresa. En el parque de la Estació del Nord, por ejemplo, los ornitólogos han identificado más de cincuenta especies de pájaros. Mirlos, abubillas, avefrías, gorriones, tórtolas, petirrojos, golondrinas, aviones, cernícalos… ¡Tenemos de todo!

El Ayuntamiento ha publicado algunas guías ornitológicas los últimos años y la Diputación tiene por lo menos tres programas diferentes de atisbamiento y control de aves.

Lo que no tenemos tan desarrollado es un programa de atisbamiento y control de pobres, que también nidifican en la ciudad y son especie autóctona. Los más pobres de entre los pobres viven en naves industriales o edificios abandonados, pero también alzan barracas o refugios provisionales en algunos solares o bajo un puente. Barcelona había presumido de haber acabado con las barracas, pero no es verdad. Ocurre qué miramos hacia otro lado, porque los pobres nos molestan.

No nos fijamos en ellos, porque no queremos verlos. Según la Fundació Arrels, más de 1.200 personas duermen en la calle en nuestra ciudad, pero el número de personas sin hogar es próximo a cinco mil. Sumen a estas personas todas aquellas que sufren graves situaciones de precariedad y habitan en pisos superpoblados, no tienen para comer caliente dos veces al día, pende sobre ellos el peligro de un desahucio o no disponen de recursos suficientes para sobrevivir, en suma, que el catálogo de desgracias es largo y triste y el número de personas afectadas se mueve en las decenas de miles. Pero, como no acostumbran a votar, no importan a nadie.