El Tribunal de Defensa de la Competencia acaba de multar con 122.910 euros a la empresa Elite Taxi, cuyo líder, portavoz y bocazas en jefe, Tito Álvarez, hace tiempo que se hace notar en Barcelona y en sus medios de comunicación. El castigo, como era de prever, procede del tema que obsesiona a nuestro Tito: las compañías alternativas de transporte urbano de pasajeros, hacia las que siempre ha manifestado una hostilidad cargada de amenazas para la buena marcha de la ciudad que han contribuido en buena medida a que la nuestra sea prácticamente la única urbe de Occidente en la que Uber o Cabify se las ven y las desean para llevar a cabo su actividad, que yo diría que ilegal, no es, aunque eso parezca pensar el inefable Tito.
Que Uber no pueda ejercer tranquilamente en Barcelona se lo debemos al gran Tito, y también un poco a la cesante Ada Colau, que, con tal de asegurarse el voto de los taxistas, era capaz de cualquier cosa. Lo de que seamos la única ciudad aparentemente civilizada en la que no pueden convivir el taxi de toda la vida con los nuevos transportes urbanos debería llamar la atención de nuestro nuevo alcalde, el señor Collboni, pero, de momento, no le veo demasiado interpelado por el tema. Tal vez porque, como Colau, también ha visto que el colectivo del taxi es de esos con los que no conviene enfrentarse, no vayan los taxistas a votar a otro para alcalde (por no hablar de que, cuando se cabrean, te colapsan las calles y te dejan la ciudad hecha unos zorros en cuestión de horas).
Evidentemente, Tito y los suyos tienen todo el derecho a defender sus posiciones, pero no a cualquier precio. Y ahí es donde entra el multazo del Tribunal de Defensa de la Competencia, que arranca de unos hechos de hace tres años en los que desde Elite Taxi se intentó coaccionar y amenazar a los compañeros interesados en suscribir algún tipo de acuerdo con Uber, cosa que fue considerada alta traición por Tito y los suyos y abordada en consecuencia, aunque de una manera que rozaba (o incurría en) el matonismo y la ilegalidad.
Por supuesto, Tito se ha tomado muy mal el palo de los 122.910 euros y asegura que recurrirá la decisión judicial. Como es de natural boquirroto, se ha permitido tildar de franquista al tribunal que ha decidido la multa y ya ha prometido acciones contundentes para septiembre, que incluyen, según su ya habitual logorrea, hacer que ardan las calles (con Tito, siempre está ardiendo todo, aunque, de momento, solo de manera metafórica).
El problema de los VTC en Barcelona lleva camino de eternizarse. La convivencia que se da en todas partes entre UBER y el taxi tradicional parece imposible en nuestra ciudad. No se trata de fabricar un cuento de buenos y malos, según el criterio del usuario, que hace intercambiables los papeles: según el punto de vista, Tito y los suyos son unos héroes de la clase obrera y no una pandilla de matones; UBER, por su parte, puede ser un ejemplo de iniciativa empresarial al servicio del ciudadano o una multinacional que explota a sus trabajadores, como suelen hacer todas, pues en eso se sustenta el capitalismo.
Yo diría que los barceloneses no estamos para tomar partido en este tema. Y que la mayoría creemos que cuantas más maneras de moverse por la ciudad haya, mejor para todos. UBER y Elite Taxi van a tener que convivir, se pongan como se pongan. Y cuanto antes se humanice un poco la primera y silencie los berridos de Tito la segunda, antes nos acercaremos a la solución de este molesto problema de convivencia que acaban pagando terceras personas que solo aspiran a ir del punto A al punto B como les salga de las narices.