Hace exactamente cincuenta años, Miguel Delibes publicó la novela El príncipe destronado. En ella, cuenta lo que en psicología infantil se llama el síndrome del príncipe destronado. Es lo que le pasa al niño Quico cuando nace su hermanita y él queda relegado a “un segundo plano en mimos y cuidados, comienza a sentir celos que le empujan a cometer todo tipo de travesuras”. Es lo mismo que le pasa a Ada Colau que, perdidas las elecciones, su reacción infantiloide consiste en advertir al alcalde de que sin un pacto de presuntas izquierdas no apoyará los próximos presupuestos.

Incapaz de digerir ni asumir que ya sólo es una perdedora, su narcisismo y su obsesiva ansia de notoriedad revelan su tradicional impostura. Por eso, sus mentiras y sandeces se convierten en rabietas y pataletas que delatan sus miedos a perder los privilegios de primera autoridad y el alto sueldo municipal de su pareja. Hecha un manojo de nervios desatados, exige una fecha límite para formar un gobierno de coalición, se pone chulesca y amenaza con “no dar un cheque en blanco” a Collboni. Pero como debe de ser un cheque falso o sin fondos, el alcalde lo sabe porque sufrió una coalición con ella, no tiene prisa ni necesita soportar las impertinencias, caprichos e impaciencias de la ex reinona que bajó del monte Carmelo. 

La inmadurez política de la ahora sólo concejala comunera, podemita y sirvienta de la sumadora Díaz, la lleva a reclamar a Collboni que demuestre “liderazgo” y aclare "qué modelo de ciudad tiene". Precisamente ella, cuyo liderazgo y su desastroso modelo fueron tan devastadores que acabó cuando todos, menos los suyos, votaron contra ella. Soberbia hasta el final, ordena al alcalde con quién “deberá” pactar un gobierno de coalición. Endiosada, afirma que votó a Collboni “como mal menor”. Ella, que ha sido el mayor mal de Barcelona durante sus mandatos. Además, presume de que los comunes fueron “honestos y transparentes”, cosa que no está clara por los casos pendientes de ella y sus lacayos con la Justicia.

Dispuesta a todo para ser alguien, Colau “agradece” a ERC que esté “claramente dispuesta a hablar” para formar un hipotético tripartito. La ERC que ganó las elecciones pero ella arrebató la alcaldía a Ernest Maragall gracias al regalado voto del neoliberal Manuel Valls. Simula haber olvidado que siempre se ha declarado no independentista y los silbidos y abucheos que le dedicaron los republicanos cuando tomó posesión del cargo e hizo el paseíllo entre la Casa Gran y la gestoría de enfrente.

Además del síndrome del príncipe destronado, Colau presenta todos los rasgos del manual de psicología de los malos perdedores. Tienen un ego colosal. Necesitan ser admirados. Exageran sus logros para compensar su inconsciente sentimiento de incompetencia o inferioridad. Tienen fantasías neuróticas de éxito porque no están capacitados o no son aptos para liderar a otros o para tomar decisiones. Muy condicionados por su propia envidia, si se les critica dirán que es por envidia. Tienen falsa autoestima porque están convencidos de su superioridad y a veces llegan a cruzar los límites de lo legal, lo convencional o lo razonable sólo para “no perder”. El capítulo siguiente ya pertenece a la psicología del rencor.