Hace unos días se conocía el luctuoso episodio de la profanación de 162 nichos en el cementerio de Montjuïc. Triste epitafio al nuevo despunte, uno más, de la delincuencia en nuestra ciudad. Ya no sólo se roba a los vivos, sino también a los muertos. Lo mismo que la fiscalidad confiscatoria, que lo es tanto ínter vivos como mortis causa. Se ha de ser muy miserable para robar o incluso mutilar con esa pretensión a nuestros seres más queridos en su descanso eterno, por lo que confío sean aprehendidos con la máxima celeridad y condenados con ejemplar severidad.

Este episodio delictivo e inmoral se suma a la plaga delincuencial que padece Barcelona, que no solo se cronifica, sino que se incrementa anualmente. Justo ahora, tras ser silenciado el dato hasta celebrarse las elecciones municipales y generales y en planas vacaciones estivales, se ha conocido que la delincuencia ha crecido en estos últimos meses un 13,7%. El Ministerio del Interior ha informado que, sólo en el primer trimestre de 2023, las infracciones penales crecieron el 21,3%, los hurtos el 30,8% y los robos con violencia o intimidación un 14,5%. La misma tendencia en domicilios, de vehículos (ojo las motos) o las agresiones sexuales, entre otros delitos.

Sorprende la naturalidad con la que los barceloneses digerimos como la inseguridad arraiga cómo algo coetáneo a nuestro devenir leyendo la noticia, por cierto, sin editorializar en la mayoría de medios de comunicación y sin apenas testimoniales reacciones de los grupos políticos en la oposición. Da la sensación de que estén muertos en vida o hayan optado por un estado contemplativo vital y de resignación.

Que la delincuencia se dispare año tras año, que uno de cada cuatro barceloneses reconozca haber sido víctima de un delito en el último año y que cuatro de cada cinco de los perjudicados desiste, incluso, de denunciar por las trabas, las molestias en comisaría que le supone o por la desconfianza hacia la Justicia, debiera llamarnos a la reacción y a la indignación.

Son precisos más agentes, porque cuando no hay policía suficiente en las calles, los únicos que se sienten seguros son los delincuentes. Es imprescindible dotar a la Justicia de los medios necesarios para que sea célere, la rápida sigue siendo lenta en demasiadas ocasiones, y aprobar unas normas penales más contundentes contra los que no respetan nuestras normas de convivencia. Dicho de otra manera, quiero más policía, mano dura contra la delincuencia y una justicia ejemplar.

De nada sirve la profesionalidad de Guardia Urbana, Mossos, Guardia Civil y Policía Nacional si no disponen de efectivos para cubrir las necesidades del servicio y para su cometido en seguridad, o no se sienten arropados por las autoridades que los dirigen cuando no que sus actuaciones policiales se ven diluidas en retrasos o impunidades de facto de los delincuentes.

Este verano, en seguridad, lo que se destaca no es que la delincuencia se dispara con relación a las estadísticas anuales anteriores, que a su vez serán inferiores a las próximas. La noticia ha sido que la Generalitat despliega los Mossos en el mar. La llaman la policía en el mar. la Guardia Civil hace tiempo que ya lo está, aunque quieren que haga aguas, y para ello la Conselleria de Interior adquiere todo tipo de embarcaciones y se gasta un dineral en publicidad, más de 300.000 euros de autobombo para publicitar el despliegue de los Mossos marítimos.

A la Generalitat quisiera decirle que lo que los barceloneses y catalanes queremos son Mossos en tierra, en nuestros barrios y a pie de calle, y que cuando esté desplegada en el territorio de forma suficiente lo haga, si se precisa, en el mar o en globos aerostáticos. Son necesarios más Mossos terrestres, sin injerencias políticas ni del procés, profesionales de la seguridad sin importar el color de su uniforme. A los que no se les atribuyan certezas de culpabilidad en ciertos servicios desde sectores antisistema subvencionados con dinero público, y que reclaman presunciones de inocencia para todos menos para los agentes.

Quiero que se recupere en plenitud el principio de autoridad ,porque cuando ésta es democrática ha de defenderse sin complejo alguno. Nuestra policía no es el pito del sereno y para su cometido es imprescindible que sea respetada por el ciudadano y respaldada desde las instituciones. En Barcelona, la seguridad es cosa de dos, del Ayuntamiento y de la Generalitat, pero a la hora de asumir responsabilidades no es de nadie, y menos aún de adoptar las medidas precisas en la lucha contra la delincuencia.

Estas son solo algunas reflexiones y propuestas para que nuestra ciudad, y en nuestra sociedad, la seguridad sea sinónimo de libertad y normalidad y garantía de convivencia.