A Albert Batlle, concejal de seguridad, se le puede acusar de todo menos de estridente. Es un tipo afable, suave en las formas y firme en sus convicciones. Y, muy importante, trabajador irredento que empieza su jornada cuando muchos empiezan a poner un ojo en este mundo. Él, antes de ir al despacho, ya se ha pegado su sesión de footing. En estos años, dejado de la mano de alcaldía, ha hecho equilibrios para mantener la seguridad de la ciudad. No tuvo el apoyo de Ada Colau que lo dejaba solo ante el peligro, como a Gary Cooper en la célebre cinta de 1952, como por ejemplo en su cruzada con los narcopisos. Tampoco el de la conselleria de Interior, que se escaqueaba de enviar más efectivos a la ciudad. Conclusión: más inseguridad y más suciedad en una urbe compleja como Barcelona.
Con la llegada de los nuevos tiempos con Jaume Collboni al frente, Batlle como los viejos rockeros se ha soltado la melena. Ha comprometido al conseller Elena más Mossos para Barcelona, ha ganado denuncias que le interpusieron desde el sindicato CSIF que en la sentencia quedan retratados para la posteridad, y ha subido el precio de “hacer el guarro” en la vía pública. Estas últimas medidas sabemos que no son la solución, pero lanzan un claro mensaje: si ensucias, pagas. Los botellones, los que utilizan la calle como su urinario -o cosas peores- personal o los grafiteros tendrán que aflojarse el bolsillo.
La idea del concejal es concienciar a la ciudadanía, pero también atacar la percepción de inseguridad que nace de la suciedad y de la trifulca pública. Los robos con estadísticas en la mano, y los hurtos en mayor medida, no dan números superiores a otras ciudades similares. Pero no es excusa el mal de muchos. Hay que tener un trabajo policial, sin pasarse de frenada, y una acción decidida por parte del consistorio. Evidentemente, Collboni no es Colau y no se esconderá entre bambalinas. Lo hizo como alcalde accidental enfrentándose a la CUP que en aquella época se dedicaba a atacar autobuses de turistas como forma de protesta. No le tembló el pulso. Colau volvió de vacaciones y no dijo una palabra.
Batlle es un hombre comprometido y cuando pasa algo en Barcelona siempre está en primera fila. Final de año, Sant Joan, manifestaciones, y fiestas mayores tienen un responsable de la policía local al pie del cañón. Veremos estos días como funcionan los protocolos en Gràcia y en Sants, fiestas mayores que por aglomeración siempre sufren incidentes.
Tiene por delante el regidor una tarea ingente porque los datos no son buenos, los barceloneses están hartos y no hay varita mágica que valga más allá que dedicación, ocupación y preocupación, lo que implica tener recursos humanos y materiales para devolver el esplendor que un día tuvo Barcelona, junto con una planificación acorde a los nuevos tiempos. Siempre sin estridencia. Ese papel se lo deja a otros. Pecaré de exceso de confianza con Batlle. Seguramente sí, pero es el concejal adecuado para poner coto a un problema.