Estos días de agosto están plagados de fiestas mayores de barrios de Barcelona con las que me temo que sus organizadores quieren recordar unos tiempos que no conocieron, pero que suponen que lugares como Gràcia o Sants eran más felices porque tenían su propio ayuntamiento y eran independientes de la ciudad, lo que les permitía mantener una personalidad propia.
Es una añoranza compartida en otros rincones que se empeñan en defender un supuesto tarro de las esencias, ya sean históricas, políticas o simplemente sociales. Un signo de los tiempos extendido por toda España.
No quisiera ser cenizo, pero nunca he visto ese aspecto beneficioso de los festejos de barrio, por más que en ciertos momentos fueran una oportunidad para las copas baratas, el exceso, el compadreo y una ventana abierta a artistas que carecían de oportunidades para darse a conocer.
Siempre han pesado más los aspectos poco positivos, como el ruido, el desorden y el incivismo que unas ventajas fiesteras que pretendían asumir un papel como si en Barcelona no hubiera más ocasiones para beber, bailar y hacer el gamberro. La invasión de los polosos, como definían los vecinos de Gràcia a la muchachada pseudohippy que nos les dejaba dormir en agosto ni en septiembre, ni en octubre…, provocó hace años que el festejo perdiera su atractivo.
Los vecinos siguen organizando las fiestas, aunque vuelven a surgir los letreros de tourist go home porque, efectivamente, sobran los turistas, especialmente los de próstata floja. Pero, ¿qué hacer? Es imposible cerrar el acceso a todos los extranjeros y más si cabe detectar a los meones.
Como ha ocurrido en las poblaciones turísticas de la costa, estos barrios de Barcelona han muerto de éxito. Ya no tienen capacidad para rectificar, y lo que eran actividades beneficiosas desde el punto de vista social y comercial se han convertido en su única esencia, las han transformado en un sitio ingobernable y saturado.
El asunto, eso sí, tiene una ventaja desde el punto de vista de la cultura democrática. Nadie puede acusar a los gobiernos de turno ni a los políticos, así en abstracto, de perjudicar a los ciudadanos porque han sido ellos mismos quienes han alimentado al monstruo desde primera hora.