La concejal de Barcelona, "Ada Colau, exige que España retire su candidatura al Mundial de Fútbol masculino de 2030”. “Ada Colau denuncia que ninguna institución española haya cesado a Rubiales”. Proclaman los titulares. Sin embargo, la primera vez que Colau vio un partido fue cuando festejaba con su actual pareja. Y casi se durmió, según confesó cuando era una activista candidata a la alcaldía. Aquel hecho histórico tuvo lugar en un partido del Barça, porque su novio se ganaba la vida en una Fundación del Barça y en el sector negocios de palco. Entonces, Colau contaba que no le gustaba el fútbol. Ni los deportes. Lo demostró como alcaldesa reduciendo la aportación económica del Ayuntamiento al circuito de Montmeló, se posicionó contra la Copa América de Vela y contra la Vuelta a España, tres hitos de su gestión deportiva.

De repente, Colau ya lo sabe todo sobre fútbol. Como lideresa nacional e internacional que delira ser, exige cosas del “deporte rey” (expresión nada republicana) al Gobierno de España y a instituciones públicas y privadas. Dotada de un talento prodigioso y un altísimo concepto de sí misma, su sabiduría balompédica le ha venido gracias a un beso catastrófico en un estadio cerca de las antípodas. Hasta ahora, no se la ha visto en partidos de equipos de barrios populares como el Europa, el Sants o el Sant Andreu, recién ascendido a Segunda RFEF. Será porque le parecen de poca categoría, juegan hombres y ella prefiere las competiciones mundiales de mujeres jóvenes.

Nada nuevo en su carrera política: demagogia y mentiras. Para “recuperar la imagen internacional de España” y “reparar el daño causado a todas las jugadoras”, se retira la candidatura española al mundial masculino del 2030 y aquí paz y después gloria a Colau entre todas las mujeres. Sostiene la lumbreras que el fútbol español y sus instituciones tienen "aspecto de ser una estructura corrupta donde unos directivos se cubren a otros".  Algo que nunca ha pasado en la estructura de su partido en el Ayuntamiento, donde nombró a dedo a amigos, parientes y conocidos, y otorgó subvenciones y contratos a cooperativas, observatorios y empresas afines.

Otra idea suya para salvar a España y sus hazañas futbolísticas consiste en que dimita el besucón criminal. Aunque ni Colau ni nadie de su partido han dimitido jamás al ser imputados por presuntos delitos de malversación, prevaricación y tráfico de influencias. Saltándose así el propio código ¿ético? de su club político. Exige también “valentía y dignidad” en los organismos del fútbol, algo que no exigió a su concejal Eloi Badia, huido a Madrid para esconderse tras la inmunidad parlamentaria y no afrontar los presuntos delitos que se le imputan. Un ejemplo de dignidad fue su directora de comunicación que orinaba por las calles, ya cesada por Collboni. En cuanto a ceses, ¿qué pasa con la pareja de Colau, enchufado por ella a dedazo como responsable de Relaciones Políticas e Institucionales? Nadie pide su cese o dimisión por ser el icono del nepotismo colauista. O será porque sabe demasiado de turbios negocios futboleros.