La Vuelta Ciclista a España puso a Barcelona en el mapa internacional. Luego vendrá la Copa de América de Vela con la insigne recuperación del IMAX, de momento. Jaume Collboni lo definió con una frase: “con la Vuelta vuelve la mejor Barcelona”. Y es cierto. Es la Barcelona cosmopolita que se aleja de aquella ciudad triste, aburrida y antipática que algunos querían poner como ejemplo. Miles de barceloneses se lanzaron a las calles, y en el 2024 el puerto estará a reventar porque estos eventos tienen un efecto balsámico: vuelve la ilusión. Eso sí, el Ayuntamiento tiene que ponerse las pilas y tomar nota de los errores y de las deficiencias para aprender para próximas citas.
En las calles, de todo. Aficionados al ciclismo y activistas que sacaron las esteladas por aquello de “internacionalizar” el conflicto. No creo que lo consiguieran, pero están en su derecho de expresarse libremente sin invadir la normalidad del evento y sin cuestionar a otros que no piensan igual. Sin embargo, otros intentaron boicotearlo. Unos fueron detenidos porque planeaban tirar en el recorrido 400 litros de aceite. Otros tiraron impunemente chinchetas para que los ciclistas pincharan. Suerte han tenido de que no se produjera un accidente grave.
Estos revolucionarios de salón, amparados patéticamente por algunas fuerzas políticas y por las organizaciones más intransigentes, que creen que con estas acciones lograrán “objetivos políticos”, son la encarnación de la revolución de los idiotas. Hubieran conseguido que se hablara de ellos si se hubiera producido alguna desgracia o la carrera se hubiera parado. Luego se habría reanudado y poco más. Unos segundos de gloria en los informativos. Quieren transmitir una imagen de la tensión que se vive en Catalunya que no se transmitió simplemente por una razón: no existe. No existe, como no existe la República Catalana que en algunos municipios luce orgullosa bajo el nombre del pueblo. No existe porque es un dato objetivo, como dijo aquel mosso d’esquadra en una manifestación de diciembre de 2018 -luego expedientado, manda huevos- a un Agente Rural: “la república no existe, idiota”.
Sin embargo, esos -supuestos- revolucionarios que se retroalimentan en su comunidad de la intransigencia, son los mismos que no soportan que la democracia haya situado de alcalde de Barcelona a Jaume Collboni, o de presidente de la Generalitat a Pere Aragonès. Como no piensan como ellos son unos traidores y botiflers. Son los mismos que se llenan la boca de Catalunya olvidándose de los catalanes. Los mismos que queman contenedores porque así se erigen en más patriotas. Eso sí, un patriotismo sectario, intransigente y totalitario al que la mayoría de la sociedad catalana y barcelonesa le ha dado la espalda. ¡Y no se han dado cuenta!
De hecho, ahora estas huestes benestants están poniendo a caldo a Puigdemont por pactar con el PSOE la Mesa del Congreso y no continuar con la confrontación con el Estado. Confrontación es, para ellos, ir el fin de semana de mani a la Vuelta a tirar chinchetas o planear llenar las calles de aceite. El resto de la semana fiesta, ¡solo faltaría! Y que la revolución la hagan otros.
Son los idiotas, los patéticos o los papanatas que se nutren de mentiras para soportar su esotérica verdad. Son los que no apuestan por una Barcelona cosmopolita y abierta al mundo. No solo la quieren empobrecida, sino que la quieren pueblerina. En la cita de la Vuelta no consiguieron sus objetivos, pero el Ayuntamiento -y los Mossos sin duda- deben ponerse las pilas. En seguridad y en planificación. La falta de iluminación no se debe repetir. Y no solo en los grandes festejos, sino en el día a día. La ciudad en penumbras debe convertirse en un recuerdo del pasado. La revolución de los idiotas, también.