La conciencia social ha arraigado entre los ciudadanos de las grandes ciudades. El cambio del vehículo privado al transporte público está cada vez más interiorizado, porque de forma responsable el ciudadano entiende que el medio ambiente es importante para la salud. Barcelona siempre ha pretendido ser una ciudad medioambientalmente sostenible. Un mensaje que nos han hecho llegar desde el Ayuntamiento, aunque en ocasiones no ha sido de lo más afortunado. La guerra al coche del anterior gobierno de Ada Colau, conjuntamente con la Zona de Bajas Emisiones (ZBE), no ha tenido el calado que el consistorio pretendía.

La disparidad en el uso del vehículo eléctrico, a medida que se incrementa la demanda, ha sido un suceso significativo para los conductores privados. Sin embargo, podemos apreciar por desgracia que numerosos autobuses de la ciudad continúan usando combustibles fósiles, que no solo contribuyen a la contaminación de la ciudad, sino que además producen un sonido espantoso por las calles en las que circulan. La contaminación acústica es un problema que, sin duda alguna, empeora las condiciones de habitabilidad, una verdadera tortura para el descanso. 

Los autobuses de tecnología híbrida de gas natural comprimido que circulan por Barcelona emiten muy pocas partículas nocivas, pero el ruido es importante. Aproximadamente está sobre los 76 decibelios, cuando los valores entre los 75 y los 100 resultan molestos. Parece ser que para el año 2030 la mitad de la flota de autobuses será de propulsión eléctrica, aunque algunas voces ya indican que el futuro vendrá determinado gracias a la tecnología del hidrógeno verde. De todas formas, hoy por hoy no es así.

Este mes pasado Metrópoli destapó que el Ayuntamiento de Barcelona compró cerca de 40 autobuses eléctricos que no se han podido utilizar al no tener la autonomía suficiente y no disponer de puntos de recarga. Sorprendentemente, resulta paradójico que se empiece la casa por el tejado, comprando unos vehículos que llevan un año sin usarse. Por otra parte, Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) ha empezado a poner en marcha algunos de ellos, almacenados en la Zona Franca, aunque por falta de puntos de recarga, no llevan las baterías a tope.

Sorprende también que el ciudadano tenga muy claro lo que representa y comporta el uso de los vehículos de propulsión eléctrica o hibrida. No cabe duda la intencionalidad del consistorio de que en un futuro el transporte público sea eléctrico y consecuentemente no produzcan el ruido que los actuales autobuses emiten. Todas las ciudades del mundo tienden a ello, lo que no se acaba de entender es como habiendo comprado alguno de ellos, no se haya valorado la ubicación de los puntos de carga necesaria para su funcionamiento.

Porque el ciudadano que compra un coche eléctrico sí conoce las necesidades de carga, autonomía, consumo... El mensaje sobre la restricción del vehículo privado de combustible fósil contrasta con algunas actuaciones del Ayuntamiento de Barcelona. Cabría decir que el gobierno municipal hace honor a aquel dicho de "Ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio".