Aunque nunca fui un gran fan de la administración Colau, debo reconocer que la pacificación aplicada a la calle Consell de Cent ha convertido a ésta en una agradable vía peatonal por la que da gusto caminar. Lamentablemente, en una gran ciudad (o en una que aspira a serlo, como la nuestra), cuando arreglas un roto en un sitio te sale un descosido en otro, y por eso ahora las calles de Valencia y Diputació, a donde han ido a parar los vehículos que antes circulaban por Consell de Cent, se han convertido en algo muy parecido al Sunset Boulevard en hora punta. Asimismo, como a todo el mundo le gusta vivir en una calle sin coches, parece que los alquileres y las ventas de apartamentos en Consell de Cent han sufrido un aumento considerable que aleja de ella a quienes carecen de una cuenta corriente hipersaneada. Cosas de la nueva izquierda: la sostenibilidad, para quien se la pueda pagar.

Una iniciativa judicial acaba de poner en duda la legalidad de la reforma de Consell de Cent, que se habría pasado por el arco de triunfo el Plan Metropolitano, y se habla de volver a dejar la calle como estaba. Ada, como suele hacerlo, ha arremetido contra esa amenaza, aprovechando para cargar contra los poderosos en general, que, al parecer, no son los que pueden permitirse vivir en la arteria por ella remozada, sino los malvados de costumbre: especuladores, fondos buitre y demás morralla moral. Ni una palabra sobre el hecho de que optó, como solía, por el ordeno y mando y llevó adelante sus planes sin consultarlos con nadie y sin tener en cuenta lo del Plan Metropolitano. Como dicen los anglos, Old habits die hard. Y ahora el que se tiene que tragar el marrón es el nuevo alcalde, Jaume Collboni, con cuyo beneplácito se llevó a cabo la reforma cuando ejercía de socio de Colau en el Ayuntamiento de Barcelona.

Los demás, como Lenin en su momento, nos preguntamos: ¿qué hacer? Sí, Colau se pasó por el forro todo lo pasable, pero… ¿Ganaremos algo devolviéndole a Consell de Cent su aspecto anterior? Lo que es indudable es que la broma nos costará una pasta gansa. Y que la nueva Consell de Cent, en general, gusta a quienes la disfrutamos deambulando a pie por ella. Yo diría que la más elemental prudencia, por mucho que nos saltemos el famoso Plan Metropolitano, aconseja no menearlo, dejar la calle como está y, eso sí, replantearse toda la política de pacificación y superillas, que yo diría que Collboni ya ha dado por muerta.

Vivimos en una ciudad sucia y con el aire contaminado, y hay que hacer algo al respecto, pero es imposible eliminar el tráfico rodado, que sería lo único que podría mejorar la situación (¿convertiríamos los obsoletos parkings subterráneos en micro viviendas sin luz natural, como en la miniserie de Filmin La arquitecta?). Me temo que solo podemos ponerle parches al progresivo sindiós contaminador, como ya se está haciendo en otras ciudades del mundo, aunque la cosa pase habitualmente por cobrar por circular por las urbes (a ser posible, mejorando el transporte público) y por machacar a los pobres que no pueden comprarse un coche nuevo con el que podrían acceder a las zonas de bajas emisiones.

Es muy posible que a la jueza que ha tirado adelante su denuncia le asista toda la razón del mundo, pero Consell de Cent nos ha quedado muy bonita y devolverla a su condición anterior nos costaría un pastón que tal vez sería mejor invertir en otros asuntos. Lamentemos cuanto queramos la prepotente y sobrada actitud general de los comunes con sus súbditos, pero consolémonos pensando que ya no cortan el bacalao. Y confiemos en que los sociatas se comporten mejor que sus antecesores y su lamentable despotismo iletrado. Sí, ya lo sé, es mucho confiar, pero a algo tiene que agarrarse uno…