En la Edad Moderna empezó a cuestionarse el derecho de los reyes a imponer castigos a los ciudadanos. Estaba la Inquisición como modelo: a base de torturar al persona en nombre de Dios, el acusado acababa por confesar que había matado a Kennedy, que aún no había nacido. La erradicación de la tortura y la proporcionalidad de los castigos fueron, en general, de la mano en el proceso de modernización de la sociedad. Autores como Beccaria o Montesquieu aceptaban el derecho del poder a castigar, pero siempre de forma proporcionada. Una meta que Barcelona aún no ha alcanzado.

Esta misma semana se han hecho públicos dos hechos que, aunque aparentemente desconectados, tienen entre sí un común denominador: la necesidad de adecuarlos a los tiempos presentes, siguiendo los consejos de la modernidad. El primero ha sido la multa impuesta a quienes realizan las obras en el antiguo Camp Nou por trabajar a horas prohibidas. Una prohibición que busca garantizar el sueño de los ciudadanos. Sanción: 300 euros. No llega al coste de una jornada de uno de los camiones que generan los ruidos. El otro es la voluntad de impedir la masificación turística: se multará a las empresas que organicen visitas para grupos que superen las 20 personas: 3.000 euros. Hasta 10 veces más que a los que revientan el descanso de los vecinos.

Es probable que las normas legales vigentes no permitan sancionar a los camiones con un importe mayor que resulte disuasorio. Si es así, el Ayuntamiento tiene que echarle imaginación.

Valga un ejemplo. Tiempo atrás, L’Hospitalet batallaba por conseguir que su nombre apareciera en los mapas turísticos. Su entonces alcalde, Celestino Corbacho, razonaba que era la segunda ciudad en habitantes de Catalunya, con acceso fácil a cualquier tipo de transporte a todo el mundo, con hoteles y espacio ferial. Todo a favor menos una cosa: la cercanía de Barcelona, que en algunos aspectos era un reclamo y en otros la eclipsaba. En éstas una importante multinacional anunció su intención de instalarse junto a la Gran Via. Un buen proyecto y muchos puestos de trabajo. Sólo un problema: la empresa pretendía publicitarse añadiendo a su marca propia la denominación “Barcelona Sur”. A Corbacho no le gustó nada la cosa y así se lo dijo a los representantes de la firma que insistieron: “Barcelona vende más que L’Hospitalet”. Y, si las cosas no cambian, así seguirá siendo para siempre, pensó el alcalde, de modo que les replicó: “Tienen toda la razón y, además, yo no soy quien para meterme en su estrategia comercial. Eso sí, soy el responsable de ordenar el tráfico. Y es posible que haya días que resulte muy complicado llegar hasta su establecimiento”. Mensaje recibido: la empresa renunció a Barcelona Sur en favor de L’Hospitalet.

Jaume Collboni es hoy, junto a Albert Batlle, el responsable del tráfico en Barcelona en general y en Les Corts en particular. Y, a tenor de la necesidad de la población de dormir sin sobresaltos y ruidos molestos, bien puede organizar el tráfico en la zona de forma que los camiones de la empresa no puedan llegar a su destino si no es dando la vuelta a medio mundo y parte del extranjero. Seguramente sería más disuasorio que los 300 míseros euros de multa que se pueden llegar a imponer por romper el sueño de los ciudadanos.

Las obras del Barça no son cosa de dos días, lo que podría justificar la vulneración de horarios, sino de meses y meses. Y el derecho de la empresa a mover los materiales no puede pasar por encima del derecho de la gente de Les Corts a estar tranquila en su casa durante el horario de descanso. Si la compañía tiene prisa, lo que debe hacer es poner más personal a trabajar. No trabajar a deshoras.

Se comprende que hay obras que exigen la minuciosidad del bisturí (las de Via Laietana, con no pocos servicios en el subsuelo), pero no las del Barça que, además, es un vecino más bien incordiante. Después de todo, el fútbol podía ser una afición afectiva hace años, cuando vivía Manuel Vázquez Montalbán, pero hoy es un sucio negocio internacionalizado cuyos capitostes, a lo que se ha visto estos días, se creían hasta con derecho de pernada o similar.