Antes emborronaban cuadernos de viaje con sus dibujos y acuarelas. Dibujantes o acuarelistas aficionados los ha habido siempre y desde que se puso de moda el Grand Tour a mediados del siglo XVIII, el cuaderno de viaje se convirtió en algo insustituible. Goethe se entretenía en dibujar el Apolo de Belvedere con sus amigos y se pasaba horas con el lápiz, el papel y sus amigotes frente a esa escultura. Como él, tantos otros; artistas profesionales unos; la mayoría, aficionados de toda clase y condición. La cámara de fotos y ahora los móviles con cámara digital han cambiado el cuaderno de dibujo con anotaciones por un postureo narcisista hecho a base de selfies y redes sociales. Ya no se llevan los autorretratos.

Pero… Siempre hay un pero. Los cuadernos de dibujo han vuelto a las calles. 

Yo mismo, cuando hago un viaje, me llevo un pequeño cuaderno en el que hago anotaciones y dibujos. Plantarse delante de un edificio, un paisaje, una obra de arte, y tomarse un tiempo para intentar esbozar aquello que ves supone una forma de contemplación muy agradecida. No creo dibujar bien, ni de lejos, pero los recuerdos que han pasado por mis cuadernos son más vivos e intensos que docenas de fotografías digitales que guardo en un disco duro que rara vez me entretengo en curiosear. 

Como yo, más personas. Es más, existen asociaciones y clubes de dibujantes y acuarelistas aficionados que se dedican a sentarse un día en una plaza, un parque, una calle, y dibujar y pintar aquello que ven. Se lo pasan en grande, alimentan su espíritu y desarrollan su inteligencia, al tiempo que descubren una ciudad maravillosa. En este caso, Barcelona

Ahora se hacen llamar urban sketchers, porque si no se dice en inglés, no vale la pena. Bocetistas urbanos, diría alguno. Algunos de estos dibujantes han hecho cuadernos verdaderamente bellos de su ciudad o de sus viajes y algunos se han llegado a publicar como libros ilustrados. Pero lo importante no es tanto el resultado como el ejercicio de sentarte a ver y contemplar. Dar con la belleza oculta en cualquier rincón es siempre agradecido.

Una amiga mía se ha apuntado hace relativamente poco a una asociación de urban sketchers. Hace unos días, acudí a una de sus quedadas para pintar y dibujar en el parque de la Ciutadella. Yo saqué mi cuadernillo y mi bolígrafo y mi amiga sacó una silla plegable, un soporte para su libreta, pinzas, trapos, un juego de pinceles, plumas, lápices, una caja de acuarelas que había hecho a medida… Creo que, menos una máquina de helados y un gramófono, sacó de todo de su mochila. En resumen, una parafernalia y una impedimenta que quitaba el hipo. Mi amiga es una aficionada muy profesional.

Hablamos de nuestras vidas, pero también compartimos la experiencia del dibujo con otros artistas aficionados. Se enseñan los dibujos unos a otros, charlan, aprenden y se lo pasan bien. Gracias a mi amiga, supe que Barcelona lidera este movimiento de bocetistas urbanos. Asegura que el número de urban sketchers en Barcelona es el más alto de España y puede que lo sea de Europa. «Es por el clima», aventuró. Seguramente, el clima influye, porque apenas tenemos un invierno digno de tal nombre y en esas condiciones uno puede dibujar en la calle prácticamente todo el año sin morirse de frío o achicharrase de calor. Esto último merece alguna matización, pero, en líneas generales, es así.

En pocas palabras, Barcelona está por delante de muchas ciudades en la práctica de esta afición y es el objetivo de muchos aficionados del resto de España o del extranjero que vienen con sus libretas y sus colorines a pasar el rato. ¿Y saben qué les digo? Que eso está muy bien. Es un pequeño motivo de orgullo.

Los bocetistas urbanos suelen descubrir rincones ocultos muy a propósito para su afición y conocen la ciudad mejor que muchos. Alguno, entre los más atrevidos, se atreve a entrar en un museo con su cuaderno y probar a imitar a los maestros. Yo lo hice mucho de niño e intento hacerlo a veces cuando voy de viaje. Es un ejercicio muy agradable.

A veces, la política cultural merecería atender a la letra pequeña y contemplar estos movimientos espontáneos y tan interesantes. Que Barcelona sea un plató cinematográfico es muy sabido, pero que sea modelo de dibujantes nacionales y extranjeros es interesante, no me digan que no.