Como todo el mundo sabe, las manifestaciones reivindicativas suelen desarrollarse en Barcelona con bastante corrección. Eso sí, en cuanto terminan, entran en acción los (al parecer) inevitables grupos de incontrolados que se dedican a apedrear a la policía, quemar contenedores de basura y practicar la guerrilla urbana. Ya los hemos dado como inevitables, y hasta las autoridades les quitan importancia, con lo que ellos se crecen. Los tumultos post manifestación se han extendido a otros ámbitos más festivos, como acabamos de comprobar con las celebraciones de la Mercé: conciertos a cascoporro, jolgorio total, diversión garantizada…Y al final de cada saludable noche de juerga, enfrentamientos con la policía, quema de mobiliario urbano y unos cuantos apuñalamientos (a los que los apuñalados, afortunadamente, sobrevivieron). Según el ayuntamiento, la Mercé de este año ha sido un éxito, y lo de los navajazos, al parecer, un imponderable, aunque se esté poniendo de moda apuñalar al vecino de piso o a quien te saque de tus casillas, pues parece que cada vez hay más gente que no se conforma con el tradicional intercambio de sopapos con sujetos que nos caen mal (no quiero ni pensar lo que pasaría si las armas de fuego se vendieran con la misma alegría que en Estados Unidos).

Sumemos a estas trifulcas las broncas que suceden en los colegios, con alumnos respondones (o que tiran a un profesor escaleras abajo, como ha sucedido recientemente), padres que siempre toman partido por su retoño y se presentan en el aula a zurrar al docente que ha intentado poner en su sitio al mostrenco de turno y las quejas del profesorado de que las autoridades (las laborales y las políticas) pasan de ellos y se exceden en su tolerancia hacia los alumnos, digamos, difíciles (la excusa más habitual es que la pandemia sacó de quicio a los tiernos infantes). Aunque suene reaccionario, tengo la impresión de que, entre todos, nos estamos cargando el principio de autoridad (el de autoridad moral nos lo cepillamos hace años, cuando empezamos a conceder la misma importancia a la opinión de un premio Nobel que a la de un influencer).

Mi generación creció aterrorizada por el profesorado, primero, y por la policía, después. Aquello, evidentemente, no era manera de vivir. Pero irnos al otro extremo tampoco parece lo más adecuado. A los profesores no hay que quererlos, pero sí respetarlos. A los polis no hay que temerlos, pero si tenerles cierta prevención. Y al colectivo de la pedrada, el contenedor quemado y la puñalada trapera hay que ponerlo en su sitio (que suele ser el talego).

Comparadas con la policía franquista, nuestras actuales fuerzas del orden son de una moderación y un auto control admirables (con las inevitables excepciones), pero, a veces, para eludir las acusaciones de violencia policial, se exceden en su inacción. Véase el caso reciente del congreso inmobiliario The District, donde los asistentes (dejemos de lado que aquello fuera un posible cónclave de especuladores y esbirros de los fondos buitre) fueron rociados de pintura por los manifestantes anti congreso sin que los mossos d´esquadra movieran un dedo para evitarlo. Juraría que una cosa (legítima) es manifestarse en contra de algo que te parece mal y que otra, muy distinta, es atacar físicamente a quienes consideras, puede que no sin cierta razón, que te están amargando la vida.

Cada día es más difícil tratar de poner un poco de orden sin que te acusen de brutalidad policial. No se libran ni los seguratas, como pudieron descubrir los cuatro empleados del metro que se las tuvieron con un muchacho que intentaba viajar gratis. Hubo que reducirlo entre cuatro, que fueron abucheados por los presentes, y creo que han sido apartados del servicio. El apaleado era joven, negro y no tenía billete. O sea, que era un héroe anti sistema y anti racismo. Y los seguratas, probablemente, unos fachas (igual se les fue la mano, pero estaban cumpliendo con el trabajo que les había caído).

En España nunca se nos ha dado bien el término medio. Ni en Cataluña. Ni en Barcelona. Nuestra especialidad es pasar de la represión al sindiós de la noche a la mañana, ya sea en el metro, en la calle, en la escuela o al final de manifestaciones y jolgorios varios. El ayuntamiento dice que la Mercé ha sido un éxito, pero yo no puedo dejar de pensar en los apuñalados y en por qué hay cierta gente que cada día está más tensa y dispuesta a saltar a las primeras de cambio. Con policías quemados por la dejadez de sus mandos (y profesores abandonados a su suerte) no vamos a fabricar una sociedad mejor.