Jordi Valls se esmeró en la presentación de los presupuestos. No sirvió para nada porque la respuesta de toda la oposición estaba escrita: no es no, dijeron al unísono populares, comunes, puigdemontistas y republicanos. Todos dieron un portazo, pero todos se aseguraron de que la puerta no quedara cerrada. El primer round de los presupuestos, dotados con 3.735 millones --140 más que este año--, no pasó el corte porque en esta primera prueba no se hablaba de presupuestos, se hablaba de gobierno municipal.
Los más claros los comunes. Jordi Martí fue explícito, su grupo no negociará si antes no hay acuerdo de gobierno: "los presupuestos son solo una pieza pequeña de un gran acuerdo de gobierno entre todos los partidos de izquierda". Mientras, carta a los reyes pidiendo unos números que lleguen a los 4.000 millones, aunque sin garantía de que haya los ingresos suficientes y tirando de sus “propuestas” más emblemáticas que han quedado en el baúl de los recuerdos como el IBI para grandes tenedores, las antenas o la tasa Amazon.
Con el argumentario en la mano, tanto Junts como ERC. Para los republicanos los presupuestos tienen “poca ambición”, todo un clásico que dice 'por lo bajini' inclúyeme algo de lo mío y llegamos a un acuerdo. Para los de Trías no ha habido “ninguna voluntad de negociación” en paralelo de agitar el espantajo de “son los presupuestos de Colau”. Con un apunte a pie de página: no recoge ninguna de sus propuestas. Si Collboni se abre a recoger alguna, la cosa puede cambiar. El PP tampoco se salió del guion. No porque son los presupuestos de Colau, en coincidencia con Junts, y poco más.
Primera conclusión. No a los presupuestos, pero ya veremos. Segunda, vamos a ver qué pasa con la investidura de Pedro Sánchez. Y tercera, cuando tengamos esa carta esperemos a ver qué pieza mueve el alcalde para formar el gobierno municipal. O sea, los presupuestos son casi lo de menos. Todos aspiran a dejar su impronta, aprobarlos porque no son unos números descabellados, pero prefieren esperar a que se despeje el tablero político.
No es lo deseable, pero es la lógica de la política. La ventaja de Collboni es que tiene tiempo. La campana madrileña sonará antes del 27 de noviembre. A la espera del día, los socialistas moverán pieza con unos y con otros, pero no les quedará más remedio que esperar, por mucho que Jaume Collboni se esfuerce en decir que lo que pase en Barcelona nada tiene que ver con lo que pase en Madrid. Pero también él sabe que es justo lo contrario, aunque como alcalde defiende lo que debe defender.
La partida ha empezado. El alcalde ha repartido las cartas y él tiene una buena mano. El resto esperan tenerla con el comodín de Madrid. Si Pedro Sánchez es investido, todos alegarán su protagonismo y Collboni deberá elegir. Si no lo es, el alcalde lo tendrá más fácil porque alguno quedará descartado. Por tanto, habrá que esperar. Es un poco triste que no se hable de proyecto de ciudad, de necesidades y de prioridades. Que solo se hable de política como poder. La política también es atender a lo que pide la gente, atender sus necesidades, satisfacer sus inquietudes y a consolidar un modelo de futuro. La oposición municipal parece olvidarlo. Hoy están en el no es no, pero dicho con la boca pequeña.