Catalunya lleva años paralizada, inmersa en la burbuja independentista. Recuerden que en 2012 el programa electoral de la extinta CiU decía sin palidecer que en una Catalunya independiente el cáncer sería una enfermedad menor y que los accidentes de tráfico disminuirían sensiblemente. Este país ideal se dio de bruces hace unos días con los resultados del Informe PISA y se le vieron las entretelas durante la pandemia donde el sistema sanitario sufrió una ducha de realidad. No solo eso. José Montilla Aguilera fue el último presidente de la Generalitat que abordó obras de infraestructuras hídricas. Desde 2010 no se ha puesto en marcha ninguna y ahora como solución cortaremos el agua de las duchas de gimnasios y polideportivos. Y qué decir del aeropuerto que llega al límite de su capacidad mientras el gobierno se la coge con papel de fumar con argumentos manifiestamente mejorables. Y no digamos de las energías renovables, donde vamos a la cola de España y de Europa, o de la industria catalana, que año tras año pierde fuelle por la inacción de los sucesivos gobiernos independentistas.
En conclusión, no somos lo que éramos y no lo somos por nuestros errores. No somos lo que creíamos ser y no somos ejemplo de nada y para nadie, salvo en honrosas excepciones, porque el actual gobierno no está a la altura. El alcalde Collboni lo definió muy bien tras el último debate de política general “un gobierno poco resolutivo”. Por eso suena bien el proyecto que el alcalde de Barcelona quiere liderar de “hacer metrópoli”, porque Barcelona necesita un liderazgo claro, porque solo una Barcelona metropolitana fuerte pondrá de nuevo a Catalunya en el mapa internacional y tirando del tren de la economía española del que hace años nos hemos bajado.
Movilidad, servicios, industria tradicional, salud, cultura, nuevos sectores industriales, integración laboral, cambio climático apostando por energías renovables, calidad urbana transversal en los barrios y en el cinturón de la gran ciudad, o vivienda son temas que debe abordar esta Gran Barcelona para impulsar un crecimiento equilibrado y sostenible. Y para lograr estos objetivos es necesario armonizar el territorio, evitar su fragmentación, dotando las políticas de recursos no paliativos sino con objetivos de futuro.
Pasqual Maragall lo intentó y Jordi Pujol lo abortó. Dijo entonces que el proyecto de Maragall era un contrapoder. Con el tiempo podemos constatar que perder ese contrapoder es un error histórico. Ahora Collboni quiere seguir estos pasos y estoy seguro de que es el único que puede liderar este proyecto. La Gran Barcelona será la Gran Barcelona con Collboni o no será, y el Área Metropolitana es el instrumento de coordinar y dinamizar, e incluso planificar este futuro que no puede dejar de lado al sector industrial, porque la industria siempre ha sido el “alma mater” de la Barcelona del pasado y debe serlo del futuro. También en este punto, Barcelona debe tener un papel protagonista en el mundo del siglo XXI. ¿Cómo deben ser las ciudades del futuro? Con seguridad, estas urbes no solamente deben ser ciudades dormitorio, sino ciudades dinamizadoras de la economía con creación de riqueza que hagan realidad ciudades para trabajar, vivir y convivir.
Esta nueva Gran Barcelona debe tener más competencias que deben ceder los municipios, pero también el gobierno de la Generalitat, que debe abandonar la política del perro del hortelano que ni come ni deja comer. Jaume Collboni ha marcado el 2030 como fecha para poner en marcha el Fer Metrópoli. Para mi gusto puede ser tarde, pero es consejo de las abuelas lo de despacito y buena letra. Barcelona y Catalunya tienen una buena oportunidad con Collboni y si Salvador Illa llega a la Generalitat esa oportunidad puede ser realidad porque como mínimo no tendrá la Gran Barcelona que sortear palos en las ruedas.