Fiestas navideñas, personas que van y vienen. Los residentes locales cumplen con las tradiciones, los que llegan de lejos disfrutan de los restaurantes y se dejan seducir por todo lo que la ciudad de Barcelona les puede proporcionar. Es una urbe global, que luce con todo su esplendor, ayudada ahora por las luces que tanto han reclamado los comerciantes. El hecho de que la capital catalana forme parte de los circuitos internacionales es un privilegio, pero también tiene una cara B que los responsables políticos y también los representantes empresariales no quisieron ver o no han sabido compensar.
Las ciudades globales juegan en una liga propia, pero no se puede olvidar que forman parte de un territorio, que son piezas de un entorno urbano más amplio, y que hay personas en esos espacios que necesitan un relato biográfico, una forma de anclarse en el mundo. Los que no quieren pensar en ello se limitan a señalar que es el mercado el que manda, y que el capital internacional se enamorará de aquellas ciudades que aún tengan potencial, que todavía puedan aportar grandes dividendos. Y el caso es que Barcelona forma parte de ese club. Es ya cara, muy cara para la población local, pero barata en el contexto global.
En las últimas semanas se ha conocido una comercialización importante. La que fuera sede de Convergència Democràtica, en la calle Còrsega, es el espacio donde se han habilitado pisos de lujo. El ático, con 469 metros cuadrados y piscina privada, se vende por diez millones de euros. Es el precio que pide Platinum Estates, el grupo inversor de Hong Kong de la familia Mohinani, que adquirió el inmueble en 2015. El razonamiento de quien lo apueste todo por el mercado es claro: la ciudad es atractiva, hay mucho dinero circulante, y aquí se pueden ofrecer tanto los inmuebles como los servicios que se demandan. ¿Cuál es el problema?
El geógrafo José Antonio Donaire ha explicado lo que se juegan esas ciudades, en una entrevista en Metrópoli, citando a otro geógrafo, uno de los más influyentes en el mundo, David Harvey, quien constata cómo el capitalismo ha llegado a comercializarlo todo, también el espacio público. La pregunta que no se sabe contestar es qué entendemos por una ciudad. Si se considera que todavía puede ser un espacio donde un conjunto de personas pueda realizar un proyecto de vida, --con numerosos intercambios, claro, con otras muchas personas—entonces esa ciudad está ahora en crisis. Es cierto que habrá otras que no formarán parte de ese círculo, pero la inversión internacional las irá buscando, para servir a esa demanda, que irá en aumento.
La frase de Donaire en la entrevista es demoledora. Señala que Manhattan, uno de los cinco distritos de la ciudad de Nueva York, ya no es una ciudad en sí misma. ¿Qué es Manhattan? ¿Qué puede ser Barcelona? “Manhattan es una sala de espera de un aeropuerto, con entradas y salidas”. Es decir, la atracción es tan grande que el espacio urbano se lo ha apropiado gente que pasa por allí, que está de visita, que vive para trabajar unos pocos años, para estudiar uno o dos, que quiere experimentar la vitalidad de la Gran Manzana, norteamericanos de otros estados que desean saber qué es exactamente Nueva York… Y quien saca rédito de todo eso son empresas internacionales, los propietarios de inmuebles, los oportunistas del momento.
Exactamente eso puede suceder en ciudades como Barcelona. Puede ser un fenómeno inevitable, puede suceder que la dinámica histórica lleve a ello. Pero eso dependerá en gran medida de lo que se pretenda hacer en los próximos años, con los actuales debates como la ampliación del aeropuerto. El caso es que, si se entiende que no se puede hacer nada, lo más honesto sería decirlo cuanto antes, y comenzar a preparar el terreno, mirando hacia el interior. Es decir, corriendo hacia Brooklyn, hacia Nueva Jersey, hacia Connecticut, como han hecho los locales de Manhattan. Sin embargo, ¿ha preparado Catalunya en su conjunto las condiciones para desplazar población hacia la segunda o la tercera corona de Barcelona, hacia el Bages o el Berguedà?
Si se considera que los relatos biográficos, a partir de una ciudad propia, son importantes, si se entiende que una ciudad no puede ser la sala de espera de un aeropuerto, ¿hay algo pensando, actuaciones concretas que vayan en otra dirección?