Muchos turistas de habla inglesa se asombran ante la proliferación en Barcelona de espacios que se anuncian como BSM. Son las siglas de Bondage and Sadomasoquism (Sumisión y sadomasoquismo). Es un equívoco lingüístico, similar al que llevó a George Orwell durante la guerra incivil a escribir una crónica sobre la ciudad en la que se extrañaba de los constantes anuncios de falta de paja, al interpretar que los carteles que había en muchas tiendas y que decían “No hay” estaban escritos en inglés. BSM significa también Barcelona Serveis Municipals. Es una empresa del ayuntamiento que gestiona diversos servicios, desde aparcamientos hasta instalaciones relacionadas con la promoción de la ciudad a través de filmaciones. Y también, ¡ay! el parque de atracciones del Tibidabo.

El Tibidabo tiene una larga historia, incluyendo avatares especulativos a la sombra de Javier de la Rosa y es, desde luego, una joya del pasado de la ciudad. Otra cosa es el presente, a pesar de que las cifras indiquen que está ganando público. Debe de haber caído en manos de expertos en promocionar cosas sin precisar en qué consisten. Normalmente, si uno ve en la televisión un anuncio y es incapaz de decir qué vende, casi seguro que se trata de un perfume. Pero también podría ser el Tibidabo al que se sube con una “luciérnaga” (en catalán Cuca de llum) en vez de en un funicular, que es una palabra abiertamente descriptiva. ¿Habrá cobrado alguien por tamaña cursilería?

Pero no hay que anticiparse. Cabe la posibilidad de que el visitante desee informarse previamente de qué ofrece el parque. Ahí está su web. Abierta el día 12 de enero, el interesado se entera de que el 21 de diciembre puede participar en la “canción de la paz”, de modo que las personas que lleguen entre las 10.00 y las 11.00 de esa fecha “podrán acceder de forma gratuita durante todo el día al parque de atracciones”. Tal vez parezca un anacronismo, pero no es el único. La misma web asegura que “el próximo 5 de enero” el Tibidabo participará en la “Cabalgata de los Reyes”. Ese día, además, quien vaya podrá “gozar” de una gran oferta de dos por uno en la adquisición de las entradas. Esto debe de ser lo que los gramáticos llaman futuro imperfecto.

Lo dicho, el Tibidabo es pasado de Barcelona. Y ahí sigue, tan anacrónico como el reloj del cuartel de Pedralbes, parado durante décadas, aunque éste al menos acertaba la hora un par de veces al día. Las entradas están disponibles por internet. Quien las adquiera así se llevará una sorpresa: para disponer de la pulsera que da acceso a las atracciones debe hacer cola. En cambio no la hay si se llega sin entrada. Los empleados tratan de paliar la anómala situación. La dirección, en cambio, debe ignorar lo que ocurre. Para eso cobra más que los curritos que tienen que dar la cara ante el personal.

Pedir un mapa del recinto es tarea ardua. Y sirve de poco: los nombres de las atracciones deben de haberlos ideado los mismos publicistas que rebautizaron al funicular o pedagogos de esos que no saben nada pero presumen de saber como se enseña todo. En los centros de enseñanza pronto habrá más que docentes.

Obsérvese el anuncio de la web ante la llegada de los reyes (casi una semana después de que se hayan ido): “El Ti, la Bi, la Da y el Bo no se perderán el acontecimiento y bajarán a la ciudad”. Y si alguien no lo entiende, será porque ha sido formado en las generaciones que el informe Pisa dice que han sido muy, pero que muy, mal educadas.

Ya entre las atracciones, hay una que se llama “Beyond”, otra, “Creatibi” y otra “Crash cars”, se supone que como homenaje a la normalización lingüística o para promover el aprendizaje del inglés. Otra ha sido bautizada con el explicativo nombre de “Dididado” y una más como “Piratta” sin que se sepa si es porque sí o por ignorancia de la ortografía.

Hay allí algunos puntos en los que se suministra algo parecido a comida, por si se piensa estar varias horas. En Tripadvisor, algunos de estos puestos están calificados con un 2,5 y hasta con un 1. ¿Alguien lo revisa? Porque basta estar en la plaza principal para comprobar que está dominada por un olor a fritanga procedente de aceite tal vez de oliva, pero de antes de la subida de precios. Como poco. En fin, el Tibidabo lo gestiona BSM: para amantes de la sumisión y el sadomasoquismo. Sobre todo, el masoquismo.