En abril de 1941, se inauguraba el cine Roxy, en la plaza Lesseps. Como tantos otros cines, fue un refresco en medio de la tristeza de la inmediata posguerra, aunque fuera por el precio de soportar el NO-DO antes del programa doble, o la proyección de una españolada, que así las llamaban entonces, esperando a Cary Grant y Katharine Hepburn. Una de las niñas y jovencitas que pasó muchas horas a oscuras embelesada por el mundo de Hollywood fue mi madre. No fue la única. Es difícil explicar a quienes nacimos bajo el signo de la televisión qué fue el cine para la gente de entonces, y prácticamente imposible explicarlo a los nativos digitales. 

El Roxy cerró en 1969. Cuando Serrat publicó su canción «Los fantasmas del Roxy», mi madre se emocionó. Hacía tiempo que el Roxy había pasado a mejor vida, pero se le echaron encima los recuerdos de miles de fotogramas en blanco y negro, y la añorada juventud. "Sepan aquellos que no estén al corriente, que el Roxy, del que estoy hablando, fue un cine de reestreno preferente que iluminaba la Plaza Lesseps", decía la canción, sólo empezar. "Que iluminaba la plaza Lesseps" es quizá la mejor manera de describirlo, yendo más allá de la luz de neones y bombillas, porque muchas almas en épocas grises vieron algo de luz, aunque fuera en sueños enlatados y durante la tarde de un domingo.

Me toca a mí recordar, ahora. Soy de la generación de la televisión y en mi vida adulta he visto nacer Internet y la telefonía móvil. He oído a mis jefes decirme que dedicar un solo minuto a internet era una pérdida de tiempo, que aquello no iba a ninguna parte, ¡vaya tontería, Internet! Pues ya ven, mis jefes. Siguen igual de ineptos, por si preguntan.

Decía que me tocaba recordar los cines por los que pasé y las películas que vi en ellos. Recuerdo el reestreno de «Ben-Hur» o de «La conquista del Oeste» en el Regio Vistarama Palace, que era regio, un palacio, enorme, ¡qué pantalla! ¡Qué impresión las cuádrigas o la estampida de bisontes! También recuerdo «Blancanieves y los siete enanitos» en el Alcázar, quizá una de mis primeras películas, y ese olor a desinfectante perfumado de las salas de cine del que nunca se libró. Hasta bien entrada la madurez no pillé el porqué del nombre, Alcázar.

Pero sobre todo recuerdo las tardes que pasé en el cine, ya mayorcito, durante las vacaciones. Los programas dobles por la tarde y al aire libre por las noches, allá donde pasaba los veranos. Recuerdo cuando echaron «Tiburón». Al día siguiente, en la playa, costó que la gente se metiera en el agua. La llorera de mis amigas con «E.T.» también fue notable.

Fueron muchas horas de cine y bastantes en alguno de los cines del paseo de Gràcia y alrededores. Había un montón, para todos los gustos. Pues van y cierran el Comedia, o lo han cerrado ya cuando lean estas líneas. Era el último de los mohicanos. Paseo de Gràcia y alrededores ya no tienen cines. Cada vez quedan menos, están cerrando todos. Quedarán, Dios mediante, uno o dos, para nostálgicos o aficionados de veras. El público hace tiempo que se ha ido a las televisiones de pago, a consumir películas donde el héroe lleva los calzoncillos por encima de los leotardos y los efectos digitales se lo comen todo. C’est la vie!, que dicen en francés. Es así, qué le vamos a hacer. 

Todo el mundo, llegado a una edad, añora el paisaje de sus años mozos: bares, tiendas, cines, discotecas, que ya no existen o que ya no son lo que eran. El helado que nos deleitaba de niño ya nos aburre. En parte, porque con la edad cambia el gusto, una cuestión de fisiología. En parte, porque hemos perdido la inocencia de las primeras veces. Nos gustaría volver a ese helado, a ese bar, a esa amistad ferozmente desinteresada, a la alegría que ya no volverá. Descuidados y despreocupados, no prestamos atención a ese agujero en el bolsillo por el que se escurrió nuestro tiempo.

El cierre del Comedia nos traerá algún recuerdo, pero ¿hace cuánto tiempo que no íbamos al cine? Desde la pandemia, creo que sólo he ido un par de veces. Me arrepiento y hago propósito de enmienda, pero luego sigo sin ir. Quizá me falte algún aliciente, o algo de tiempo. Apuesto a que es la simple pereza. No lo sé. Luego cierra un cine y me lamento. Y así todo.