En Galicia han encontrado una palabra para referirse a los pellets que han invadido sus costas. Es una forma poética de aludir a una nueva desgracia para el paisaje y el paisanaje, una nueva epidemia marina como las que de tanto en tanto azotan aquella esquina de España. Dicen lágrimas para hablar de las bolitas de plástico.
Mientras leía informaciones sobre el trabajo de los voluntarios y la brillante idea de darle una especie de dimensión humana, incluso sentimental, a este chapapote que arruina sus aguas y arenales me pregunté si habría posibilidad de bautizar con el mismo acierto las colillas que ensucian las aceras de nuestras ciudades (y campos y playas). Si podríamos buscar una forma de dimensionar y hacer nuestro el enorme problema que suponen los restos plásticos y tóxicos de los cigarrillos que fuman casi el 40% de los adultos españoles: el 70% de ellos admite que lanza los restos al suelo.
No, no hay un vocablo --o al menos yo no lo encuentro-- que pueda evocar el daño que causan los filtros de los cigarrillos y todo lo que hay detrás con el tino de las lágrimas.
Tampoco hay voluntad de acabar con el fenómeno de la basura tabaquera, pero no solo en las Administraciones. En la calle ocurre algo parecido porque importa poco a la mayoría de los ciudadanos. Eso es lo que explica que la prohibición de fumar en una playa se convierta en noticia o que los intentos de vetar el tabaco en las terrazas de los bares sean como guadianas a merced de la conciencia sanitaria del gobernante de turno y de la resistencia pertinaz de la restauración.
Hace algo más de un año entró en vigor la ley española que adapta la directiva comunitaria sobre los plásticos de un solo uso. La norma prevé que las tabaqueras se hagan cargo del coste del reciclaje de las colillas, un aspecto que debía concretarse en un reglamento específico que en aquel momento no se había aprobado y ahora, 12 meses después, sigue igual. Es cierto que hubo un adelanto electoral, pero se continúa el mismo Gobierno de coalición y el Ministerio de Transición Ecológica no ha cambiado de titular.
La Mesa del Tabaco, la patronal del sector se limita a confirmar que están trabajando en ello. El coste de la recuperación de las pavas supone unos 1.000 millones anuales, una cantidad que se resiste a pagar.
La Generalitat de Cataluña tuvo una buena idea. Hace dos años aireó la posibilidad de establecer un mecanismo para estimular que los consumidores guardasen las burilles si luego podían recuperar en los estancos los 20 céntimos adicionales por cigarrillo que habrían pagado al adquirir el paquete. El coste del reciclaje iría a cargo de la industria, una propuesta que solo obtuvo la respuesta clara y concisa --entonces, sí-- de la patronal: las competencias en la materia corresponden a la Administración General del Estado, así que ahórrense esfuerzos inútiles.