Ha muerto Juan Ramón Capella (Barcelona, 1939-2024). Fue catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona y, antes, en la entonces recién nacida Universidad Autónoma. Estuvo en la fundación de la revista Mientras Tanto, que sigue viva en versión digital, y fue discípulo primero y amigo siempre de Manuel Sacristán. Participó en la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona (SDEUB) y en la organización de la Capuchinada. Durante años fue militante del PSUC (Partido Socalista Unificado de Cataluña), coincidiendo, además de con Sacristán, con Paco Fernández Buey, Joaquim Sempere y Manuel Vázquez Montalbán. Vivió muy de cerca las diferencias entre este y Sacristán y los avatares que impidieron el ingreso en el partido de Jaime Gil de Biedma.

Una de sus primeras traducciones fue el libro de C. B. McPherson, La teoría política del individualismo posesivo de Hobbes a Locke; una de las últimas, Todos estamos en peligro, de Pier Paolo Pasolini. Fruta prohibida, una introducción amena al estudio del Derecho, es una de sus obras más difundidas, así como Entrada en la barbarie, Elementos de análisis jurídico o Las sombras del sistema constitucional español. Capella, abiertamente progresista y por ello distante frente a las fiebres nacionalistas, era partidario de una reforma de la Constitución, pero no de hacerla en un momento de reflujo en el que era probable que acabaran por imponerse las posiciones más reaccionarias.

Juan Ramón Capella fue también autor de otro tipo de obras en las que su actividad de pensador del Derecho estaba presente, pero no como el eje de las mismas. Una de ellas es un más que interesante librito, El aprendizaje del aprendizaje, en el que actúa como un alumno de últimos cursos que aconseja a un recién matriculado como moverse por la carrera. Le sugiere que acuda a las clases ciertos profesores y que evite a otros en cuyas intervenciones solo se aprende a aprobar la asignatura, y también que asista a las de quienes le abran horizontes y lo inciten a pensar. Y no olvida repasar actividades que le servirán en ese camino y en la vida: películas que debería ver, libros que le convendría leer, música que estaría bien oír, aspectos de otras disciplinas que no debería ignorar.

No menos interesante es su libro de memorias Sin Ítaca que recoge sus primeros 25 años: los de formación, en Barcelona y en París, los del servicio militar, que también le marcaron, los de la infancia con veraneos en Sitges, donde aparece una mujer alemana, afable y cariñosa que, según supo luego, se dedicaba a gestionar los viajes de dirigentes nazis hacia Argentina. El personaje fue luego incorporado a la ficción por Almudena Grandes. Y está también Impolíticos jardines, recopilación de escritos de diversa índole, incluyendo una reivindicación del paseo soriano junto al Duero de Antonio Machado. Un paraje al que acudía con asiduidad.

Capella trabajaba en los últimos meses en la redacción de nuevos textos de memorias. Lo hacía con constancia, pero lleno de dudas sobre el contenido y la forma. Le habían impresionado mucho los libros de diarios de Rafael Chirbes y no quería ceder a la influencia que pudieran ejercer.

Hasta aquí he mantenido el tono objetivo en la redacción del texto, sofocando el dolor que sé que provocará su ausencia; consienta el lector que, por una vez, utilice la primera persona. Porque Capella, además de toda su actividad pública de pensador, traductor y escritor, de agudo analista político, era un buen amigo. Una vez al mes, más o menos, quedábamos para charlar de todo y de nada en el Velódromo, el café de la barcelonesa calle de Muntaner que aún conserva un aire tradicional y que está muy cerca de la que era su casa. Ya no habrá más encuentros, ya no habrá más charlas. En diciembre me llamó por teléfono para recomendarme encarecidamente la lectura de Maniac, de Benjamín Labatut, novela hecha de referencias a la filosofía y la sociología de la ciencia. “Es de lo mejor que he leído este año. Léela y la comentamos”. La leí de inmediato, pero ya no podremos comentarla.