No llueve y no hay manera de que se ponga a llover. Llevamos tres años, tres, mano sobre mano, sin hacer nada de provecho, esperando a que llueva y nada, ni una gota. ¡Anda que no llevamos tiempo asomando la mano por la ventana! ¿Llueve? Todavía no. ¡Mecachis! Quizá mañana.


Las autoridades han mostrado muchísima paciencia durante tan larga espera, mérito que deberíamos reconocerles. Pericia, previsión, idoneidad para el cargo o empeño en la resolución de problemas no han mostrado, pero paciencia, toda. Tres largos años, tres, con todos sus días y sus noches, han estado ahí, a la espera. «No hagas nada, no vaya a llover mañana y nos hayamos cansado en balde», eran las instrucciones diarias, que se han cumplido a rajatabla. Mira que rogaban por la lluvia, con ganas. «Apreteu! Apreteu!», decían, y de tanto apretar a más de uno se le curó el estreñimiento, pero apretaban y apretaban… y no llovía. Hace un par de semanas, uno de mis confidentes me dijo que las autoridades comenzaban a sospechar que su estrategia contra la sequía no resultaba como habían previsto, y ya ven cómo estamos ahora. Eso les pasa por no ser leídos. Un poco de cultura nunca viene mal y a poco que hubieran investigado sobre el poder de la oración habrían llegado a San Benito. Ya lo decía la Regla de San Benito: «La ociosidad es enemiga del alma». Nuestras autoridades no habían considerado la máxima monástica del «ora et labora», porque la parte del laburo la llevan muy floja y no se les había ocurrido que era de obligatorio cumplimiento. A ver, que los milagros no llegan solos y a estas alturas del cuento ya deberíamos dejar de sorprendernos por ello.


Si esto no cambia enseguida, nos van a cortar el agua. Tal cual. Un barcelonés gasta de media algo más de 160 litros de agua al día. Una lavadora, entre 75 y 100 litros de agua por colada, según sea vieja o nueva. Si la sequía prosigue, tendremos que escoger entre limpiar los gayumbos o echarnos una ducha. Pero ¡tranquilos! Se cerrarán las duchas de los gimnasios, para que podamos ducharnos al llegar a casa, lo que supondrá un ahorro descomunal. Las autoridades están en todo y han esperado al último momento para apretarnos el cinturón y tomar medidas ejemplares.

Lo que no sé es lo que harán con los turistas. Sobre este particular, se extiende el pánico entre los hoteleros y restauradores. Resulta que un turista que se aloja en un hotel de cinco estrellas consume bastante más de 500 litros al día; si se aloja en uno de cuatro estrellas, 400 y pico; y así sucesivamente. Tenemos que llegar a un turista que se aloja en un cuchitril de menos de dos estrellas para dar con un turista que consuma tanta agua al día como un barcelonés, y eso supone un problema, porque en 2023 hubo 35,9 millones de pernoctaciones en los hoteles de Barcelona, lo que equivale a unos 12 millones de turistas, que se dejaron más de 9.600 millones de euros en sus milongas: paellas precocinadas, souvenirs horteras y sangrías de tetra-brik. El año pasado dieron trabajo directamente a 130.000 personas, sólo la mitad con contratos fijos; indirectamente, sabe Dios.


Es hora, queridas autoridades, de pasar a la acción, de hacer algo. Esperar a que llueva ya no vale. ¡Saquemos al santo en procesión! ¡Que parezca que hacemos cosas! Pero, claro, todo se complica si preguntamos qué santo es el encargado.
«San Isidro Labrador, pon el agua y quita el sol», suele rezarse. Isidro, que aparte de labrador es madrileño y mozárabe, es el elegido. A los aficionados al Barça, sometidos a la penuria económica y la falta de goles, sólo les falta tener que pedir a uno del Madrid para que llueva. Aunque, entre nosotros, ya sabemos que al Barça nunca le faltará el agua, aunque el club tenga que comprarlo un jeque árabe o un mafioso ruso.
Pero ¡calma! ¡Que no cunda el pánico! Tenemos a Medardo de Noyón, obispo y mártir, que también sirve para la lluvia. Lo principal, no molestará a los culés, porque el santo es de la Picardía francesa y la picardía es muy de Negreira. San Medardo es también patrón de los camareros, lo que nos viene de perlas para solucionar, de paso, el asunto del turismo, y se le invoca para combatir la tuberculosis intestinal y el dolor de muelas. Por eso se le representa con la boca abierta. En nuestro caso, con cara de pasmo.