Léanse estas líneas desde el ángulo oscuro de algún salón del Festival BCNegra como un recordatorio y homenaje a Enrique Rubio (1920-2005), maestro y clásico del periodismo negro. Ocurre que entre tantos novelistas, especialistas, lectores y excelentes críticas, no se ha reparado en que se cumplen cuarenta años de la publicación de ‘La Timoteca Nacional’. Subtitulada “Enciclopedia de los trucos, fraudes y engaños con que los pícaros viven a costa de los bobos” (Ed. Planeta, 1984). Lógico que la efeméride haya pasado desapercibida, ya que todo lo que se cuenta en este libro es verdad verdadera, aunque no haya sangre, ni asesinos reales o imaginarios. Sin embargo, se trata de una lista de más de cien timos, a los que añadiría otros tantos en su segundo volumen ‘Los chungos. Los fules’ (Ed. Planeta, 1987), con prólogo del maestro Luis del Olmo y subtitulada “Todos los trucos de estafadores y timadores”. El gran e insondable misterio no es descubrir al culpable de cualquier atrocidad, sino por qué casi medio siglo después perduran los mismos engaños y estafas sin que las víctimas ni se enteren ni escarmienten.

Véanse, si no, algunos ejemplos de entonces y compárense con la actualidad. Timos del anuncio. Timos de la inversión. Timos del juego. Timos de la caridad. Timos macabros. Timos del amor. Timos comerciales. Timos con niño. Timos con automóviles. Timos bancarios y Timos clásicos. Ya dejó escrito Caco y cita Enrique Rubio: “¿Por qué trabajar? ¿Por qué perder la vida por ganar lo necesario para la vida?”. Caco era un mito griego y romano que acabó siendo el patrón de los ladrones, hasta que fue sustituido por San Dimas, el buen ladrón crucificado junto a Jesucristo. Sea como fuere, el mundo sigue dividido entre engañadores y engañados. Y como advirtió ya Edgard Alan Poe: “El hombre es un animal que estafa, y no hay otro animal que estafe fuera del hombre.”

Entre los engañadores, según la Timoteca, una serie de falsos discapacitados, ciegos y sordomudos, muertos, funerarios, enamoradores, curanderos, sexólogos, empresarios, aristócratas, becarios, emigrantes, organizadores de banquetes y eventos, amantes, informáticos, vendedores de muebles y enciclopedias, peregrinos, ancianos desvalidos, señoras cariñosas, editores, políticos, banqueros, militares, policías, bomberos y hasta periodistas. Todos impostores, aunque también pudiera haber alguno real. Al fin y al cabo, la primera timadora famosa se llamaba Baldomera, hija de Mariano José de Larra. Casi todo el mundo conoce algún engañado, aunque muchos no lo digan por vergüenza.

Otro motivo por el que el espíritu de Enrique Rubio debería estar presente en la BCNegra llena de escritores es porque fue un divertido recopilador de palabras de las jergas y los argots. Como: julays, lilas, vainas, trápalas, andova, estiba, lumí, naja, saña, tolay… Muchas de ellas perdidas y sustituidas por palabros y siglas de la informática y las redes sociales, que parecen más fashion y postmodernos en el mundo cibernético. Todo ello, en fin, muy acorde con la Barcelona donde un timador vendió una compañía de tranvías a un palurdo. Así que, ojo al parche, que decía el maestro don Enrique.