Ha cerrado mi librería de guardia, La Caixa d’Eines. Hoy me siento un poco huérfano, porque he pasado muchas horas con Carme hablando de libros, y comprándolos. Pero Carme ha encontrado un trabajo remunerado, que le asegura un tanto al mes, cosa que la librería no hacía. Tenemos una irresistible tendencia a idealizar el trabajo en una librería, el de un escritor, el de un editor y, en general, todo aquel trabajo que tenga que ver con el libro. Lo cierto es que el libro es un negocio poco romántico. Si quieren, una manera de ganarse la vida o un sobresueldo. La inmensa mayoría de los autores necesitan otro trabajo para subsistir y las librerías andan muy cerca de eso.
A lo que íbamos: el Eixample pierde una librería. Me va a costar encontrarme tan a gusto en otra, pero a todo se acostumbra uno, ¿verdad? Siempre que cierra una librería surgen llantos y lamentos, un qué dolor, qué dolor, qué pena, al que uno podría responder preguntando al sujeto cuántos libros habías comprado en esa librería el año pasado, por ejemplo. La mayor parte de las veces, uno obtiene silencio a cambio.
Presumimos a menudo de una ciudad literaria. Por aquí tenemos autores famosos, muy buenos autores y algunos superventas, vivos o recientemente muertos, de teatro, narrativa, poesía o ensayo. Por allá tenemos Barcelona como escenario literario de postín.
Nuestro querido Quijote estuvo en Barcelona, que describe como «archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única», fíjense si ha pasado tiempo desde entonces. A decir de Martí de Riquer, Cervantes conocía Barcelona y había vivido en ella al menos en dos ocasiones, la última en 1610, cuando vino a rendir pleitesía a su mecenas y disfrutó de la verbena de San Juan. Por eso conocía de primera mano el problema de los bandoleros o las incursiones de los piratas berberiscos, cuyo equivalente actual serían los comisionistas, los yates de los mafiosos rusos y el desembarco de los cruceristas en temporada alta.
A modo de resumen, no tenemos malos hábitos de lectura, aunque sean manifiestamente mejorables. Eso dice el estudio Hábitos de lectura y compra de libros en España 2023, que publica, como cada año, la Federación de Gremios de Editores de España.
Leen más las mujeres que los varones, diez puntos porcentuales más. Los barceloneses leen más que el conjunto de los españoles, tres puntos porcentuales por encima, no nos podemos quejar; pero los madrileños leen más que nosotros, un 73,5% contra un 68,2%, cinco puntos más. No les dé rabia, hemos mejorado mucho. Hace doce años, apenas leíamos la mitad de los barceloneses.
Las cifras de ventas se mantienen constantes, pero el precio de los libros ha aumentado. Por lo tanto, se venden menos libros. Eso no lo decimos en voz muy alta, pero es así. Un 45% de los libros se obtienen en las librerías y un 26% internet mediante. En ferias del libro y en grandes superficies, alrededor de un 15%. Uno de cada cuatro, en formato electrónico.
Es interesante el asunto del libro en formato electrónico, el e-book. Casi un 30% de los lectores leen un e-book al menos una vez por trimestre. Pero sólo un tercio paga por ese libro. Los otros dos tercios leen libros que descargan gratis, por no decir directamente que los roban. Para más guasa, esos dos tercios de ladrones de libros electrónicos saben que su descarga es ilegal. Sería divertido ver su reacción si les robasen a ellos horas de su trabajo. Esta apropiación indebida del trabajo de los demás es típica en el ámbito de la cultura y pasa por ser algo guay, cuando es una de las razones que pone la creación cultural en peligro.
Para animarnos un poco, diré que los barceloneses valoramos nuestras bibliotecas con un 8,8 sobre 10, la nota más alta de España, y uno de cada cuatro lectores de Barcelona ha acudido al menos una vez durante el último año a una biblioteca pública. Aunque infradotadas de presupuesto, los profesionales que trabajan en ellas dan lo mejor de sí.
En resumen, dos de cada tres de nosotros afirmamos comprar un libro por lo menos una vez al año y la mitad, más o menos, leen por lo menos una vez por semana en su tiempo libre. Queda todavía un tercio de barceloneses que no lee un libro ni en broma. Tampoco acude a las bibliotecas, ni a los museos.