La sombra de Berlanga es alargada y ni España ni Catalunya ni Barcelona se libran de la influencia de su clásico inmortal Bienvenido, míster Marshall. Lo acabamos de comprobar una vez más con el congreso mundial de telefonía (o Mobile World Congress, que todo suena mejor y más cosmopolita en inglés), que hoy cierra sus puertas tras haber sangrado a conciencia a los asistentes internacionales. Yo creo que deberíamos recibirlos con una versión convenientemente parafraseada de la canción de Bienvenido, míster Marshall: “Congresistas, ¡os recibimos con alegría! Viva el tronío, de ese congreso con poderío”, y así sucesivamente.

Durante la celebración anual del Mobile, aquí todo el que puede hace su agosto, especialmente los hoteleros, que inflan los precios de una manera desmesurada que incurre en la desfachatez: ¿a ustedes les parece normal que les soplen cuatrocientos euros diarios por una habitación de hotel en Cornellà? A mí no, y creo que nos otorga un aire oportunista y bananero que no nos hace ningún favor, aparte de que perjudica a otro sector que siempre ha tenido en el congreso una considerable fuente de ingresos, el del taxi. Según me comentaba el otro día un taxista a raíz de los precios de los hoteles, cuando éstos ofrecían tarifas más razonables, el congreso de marras duraba más días (yo no me acordaba, la verdad) y eso incrementaba el número de carreras para los profesionales del transporte individual urbano.

Este año, por lo menos, hemos tenido la fiesta en paz con el sector del taxi, que solía ponerse farruco por estas fechas y amenazar con ponerse en huelga para mejorar sus condiciones laborales (o sea, económicas). El carismático Tito Álvarez, líder de Elite Taxi recientemente convertido a la catalanidad más encomiable, solía encabezar el motín, pero este año no lo ha hecho tras conseguir que a su némesis, los VTC, se les imponga el conocimiento del catalán para sus conductores (que es una manera de joderle la vida a la competencia aparentando que se colabora en la normalización lingüística del terruño; eso sí, no ha podido evitar que se nos hayan colado unos taxistas marselleses que ya han sido detectados intentando pillar unos mangos a costa de nuestros queridos taxistas locales).

Así pues, el congreso ha transcurrido en santa paz y parece que los señores congresistas se lo han pasado muy bien, según me contó el taxista citado, quien había depositado a las ocho de la mañana en el recinto ferial a dos chinos completamente cocidos que más bien necesitaban imperiosamente dormir la mona. Se ha hecho negocio (¡la ocasión la pintan móvil!) y nuestros políticos han hecho el ridículo habitual: premio especial para el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés, que solo saluda al rey en privado y se ausenta del cuadro en cuanto aparece una cámara, para intentar mantener las apariencias de que es un republicano independentista, cuando solo es un autonomista disfrazado de soberanista que quiere pillar lo que pueda en Madrid. Protestas antisistema, escasas o nulas. Podríamos intentar, como barceloneses, que se nos notaran menos las ganas de lucrarnos a costa de nuestros visitantes, pero me temo que esa muestra de tronío es una causa perdida. Si ya le hacemos la vida imposible a esos conciudadanos nuestros que pretenden comprar un piso o alquilarlo, ¿por qué habríamos de hacer excepciones con una gente a la que, total, no conocemos de nada?

Sí, puede que corramos el peligro de que la avaricia rompa el saco y John Hoffman, director del tinglado móvil, se busque otro escenario en el que no esquilmen a sus queridos congresistas, pero intuyo que el robo está generalizado a nivel mundial y que es posible que Barcelona no sea el lugar del mundo en el que con más saña se saca el sable a la hora de hacer dinero fácil. En cualquier caso, lo de los hoteles en Cornellá a cuatrocientos pavos me sigue pareciendo de traca.