En junio de 2010, Nueva York contuvo el aliento: Silvio Rodríguez, mito musical viviente de la revolución cubana (aunque cada vez con más reticencias y más dudas...), actuaba en el Carnegie Hall. Se estuviera a favor o en contra del castrismo, la mera celebración del concierto -inevitablemente magnífico- suponía un evento humano de primera magnitud. Una apertura de mentes que sólo se podía entender con un presidente de los Estados Unidos como Barack Obama. El primero que se atrevió a decir en voz alta que se puede criticar y hasta combatir a un gobierno sin pretender que el país que gobierna no existe o no debería existir.
Este jueves 29 de febrero (un día que técnicamente sólo existe cada cuatro años...) la ciudad de Barcelona acogió un concierto cuya belleza, alcance y significado casi deja pequeño al de Silvio Rodríguez en Manhattan hace catorce años. Cuando el portentoso cantautor israelí David Broza (Haifa, 1955) se trepó al escenario de Luz de Gas, por un par de horas Barcelona volvió a dar su mejor versión. A parecerse a sí misma tal y como yo, cuando vivía en Nueva York y hacía cola para ver a Silvio, quería recordarla.
Si nos atenemos a lo simplemente musical, la velada fue insuperable. Broza es un fenómeno. Su voz entra en vena con una entrega y una luz que limpian el alma. Desdichas, miserias, decepciones, rencores: todo retrocede y cede ante esa potencia de alguien que además es muy consciente de su capacidad y hasta vocación sanadora. En un encuentro previo organizado por la valerosa Comunidad Israelí de Barcelona (CIB), Broza calificó reiteradamente de “postraumáticos” a muchos compatriotas suyos a los que él lleva muchos años yendo a confortar y animar entre guerra y guerra, entre ataque terrorista y ataque terrorista, entre abandono mundial y abandono mundial. Este príncipe de la paz, autor del mítico himno Ihie tov (todo irá bien...), compuesto en 1977, cuando un presidente egipcio llegó por vez primera a Israel a hablar de algo que no fuese la destrucción mutua, está convencido, y convence, de que en el ADN israelí hay una energía imparable que ningún enemigo, por poderoso y cruel que sea, podrá nunca extinguir. Nunca Hamás.
Encima toca la guitarra como quiere y cualquier canción que pase por sus manos crece como un océano. Sus versiones de Serrat, de Paco Ibáñez, de Cecilia, dejan a los autores originales tiritando de asombro y de envidia. El resultado es una conexión brutal con el público. No digamos si estamos en Luz de Gas, en Barcelona...¿cuánto hace que en Barcelona no se honra debidamente a Serrat, ya puestos? Broza le honra porque de muy joven, entre los 12 y los 18 años, vivió en Madrid. Sus memorias ochenteras son primas hermanas de las nuestras, y eso sólo bastaría para desatar la fraternidad.
Fue un concierto mágico por heroico, porque Broza nos devolvió, insisto, a la mejor versión de nosotros mismos, y porque lo hizo, lo hace, con una bonhomía suprema, pase lo que pase. Hagamos lo que hagamos. Mucho europeo desteñido y falso progre puede haber abandonado a Israel. Los israelíes como Broza no nos han abandonado nunca. Mantienen viva la llama que nosotros mismos a veces olvidamos aventar. La de la más alta expresión y ambición de dignidad humana. Donde cada vida es preciosa y cuenta. Y quien salva una vida sola, salva el mundo entero... ¿se acuerdan?
A mis años me veo cantando y saltando como una groupie inmensamente feliz. Y todo el Luz de Gas conmigo. Abarrotado de nuestros vecinos y compatriotas de la comunidad judía (esa que se intenta invisibilizar o censurar, como intentaban los que hace pocas semanas fracasaron en su intento de cargarse el estreno en Barcelona del festival internacional Seret de cine israelí...) pero también de un buen puñado de locos y valientes que lo quieren, lo queremos, todo. Por un mundo mejor, con Israel dentro. Por la vida. Por una paz verdaderamente justa, verdaderamente duradera, y que además suene a música celestial, a ángeles con guitarras en las alas. Ihie tov, todo irá bien. Ahora ya no es una esperanza, ya es una certeza. Y encima al salir llovía. Con la falta que nos hace.