Desde los tiempos de la discoteca Copa Cabana en la plaza de la Vila de Sant Adrià de Besòs, ya hace mucho, las quejas vecinales consiguieron que se cerrara aquel espacio. Después vino "La Atlántida" y nos dejó algo más que quejas vecinales, obligó a cerrar definitivamente al público las piscinas al aire libre que tenía la ciudad y un proceso judicial aún en marcha para dirimir responsabilidades entre los gobernantes de la época.

Desde entonces, el ocio nocturno de la ciudad ha quedado reducido a bares musicales, alguno de ellos con mucho éxito entre los más jóvenes.

Hace ya más de dos años, en uno de los olvidos más sonados en el pasado mandato, como es la renovación de la cesión del club de tenis después de 25 años, aún hoy sin fecha de licitación, dejaron a los jóvenes de la ciudad prácticamente sin espacios donde divertirse. Y así siguen.

Como en todas las ocasiones anteriores, donde hemos ido perdiendo una pieza en cada colada, tienen como telón de fondo una nefasta gestión de los diferentes momentos.

Que Sant Adrià de Besòs hoy no tenga ningún espacio donde los jóvenes puedan salir a divertirse de forma sana tiene mucho que ver con la poca inversión y oferta cultural, y en no echarle imaginación para diversificar las actividades que permitirían aproximarse al ambiente juvenil. Pero también con una gestión deportiva, y concretamente de los equipamientos deportivos, más que cuestionable.

Atrás quedan los tiempos en los que las rúas de carnaval acababan en el polideportivo Marina-Besòs con padres, jóvenes e incluso niños hasta altas horas de la madrugada disfrutando de una actividad en familia en un espacio municipal.

La última de las pérdidas, además del ya citado cierre del club de tenis, ha comportado el cierre de un espacio en La Rambleta, una caseta que amenizaba las tardes de verano de muchos jóvenes. Eso ha sido reemplazado por un parque infantil, que seguramente es necesario, pero que ha dejado a Sant Adrià sin el último espacio que quedaba para disfrutar del ocio nocturno.

En definitiva, parece que nos lleven a ser una ciudad sin alma. Un mero reflejo de lo que podemos llegar a ser gracias a nuestra ubicación y no conformarnos con esta versión de ciudad dormitorio que tanto nos apena. Para sentirnos orgullosos y reivindicar nuestra identidad adrianense, es necesario gestionar mejor lo que ya tenemos, preguntar a los jóvenes qué quieren e invertir en una oferta cultural diversificada para evitar que una discoteca o un bar musical sean las únicas opciones que damos a nuestros jóvenes para divertirse.