Salvador Illa dio un ejemplo esta semana pasada. Llegó a un acuerdo presupuestario con el presidente de la Generalitat. El objetivo: los ciudadanos, movilizando más de 4.500 millones en inversiones en sanidad, seguridad, educación o vivienda. Sin olvidarnos de la sequía ni de los grandes proyectos de infraestructuras como el aeropuerto o la B-40. ¿Hay interés político? Sin duda, no hemos de ser unos utópicos, pero es posible combinar política e interés ciudadano. Illa dijo “esto es hacer política útil, contribuir a resolver problemas”, su seña de identidad en contraposición a los 12 años perdidos por los gobiernos independentistas. Podía haber levantado la bandera de dejar tirado al Govern, pero no lo ha hecho porque sería tanto como perder un dineral que se necesita para que el país pueda afrontar mejor sus retos de futuro.
En Barcelona, nos encontramos en la misma tesitura. Jaume Collboni tira del carro con los presupuestos para no perder más de 700 millones en inversiones ciudadanas. ERC se ha predispuesto a arrimar el hombro, Ada Colau no. La regidora de la oposición, que aún vive de su recuerdo de alcaldesa, no cuestiona los números que está dispuesta a apoyar si antes entra en el gobierno municipal. O sea prioriza sillas más que a los ciudadanos que dice defender. Se llena la boca de CIUDADANOS, en mayúsculas, pero prefiere las sillas.
La señora Colau está mostrando su toxicidad. Tóxica en Barcelona que ha contagiado al grupo parlamentario de los comunes que se han puesto estupendos con el proyecto del Hard Rock Café. Los comunes van de mal en peor. Las encuestas los trasladan al ostracismo en el Parlament situándolos en el éxito —es un decir— obtenido en 1999 por Rafael Ribó. Por cierto, en Tarragona su representación es menos que mínima. Se necesitan sus votos para sacar adelante los números de la Generalitat pero la toxicidad de Colau impiden a Jéssica Albiach adoptar una postura pragmática y no sectaria.
Colau no se ha enterado de que ya no es lo que era. Que la negativa de los comunes a los presupuestos de los barceloneses —algunas partidas necesarias para poner en orden sus desaguisados— no servirá para bloquearlos porque Collboni está dispuesto a aprobarlos con moción de confianza mediante. Colau se quedará con las ganas de bloquearlos porque no hay mayoría alternativa. Y se quedará, de paso, sin sillas que parecen ser su único objetivo.
Colau dijo que solo se presentaría una vez. Repitió una segunda. Y una tercera. Los suyos, Sumar dixit, no la quieren ni en pintura y no piensa irse. No hacer nada por un buen sueldo es un chollo que no se puede despreciar, debe pensar. Tampoco los de Junts están para decir una cosa más alta que otra. También su objetivo son las sillas porque como Colau sus críticas a los números de Collboni son más que estéticas. ¿Hay interés político? Evidentemente, pero en esta ocasión Comunes y Junts juegan a la más desprestigiada política, la del quítate tú para ponerme yo.
Trias dijo hace ya nueve meses que se iría. Y no lo ha hecho porque su único objetivo es dejar a su partido en el comedero que perdió por su nefasta gestión de la investidura. Colau no se va ni con agua hirviendo, una actitud que no le honra precisamente, y su único obsesión son las sillas. De los números no ha dicho ni una palabra más allá de algunas veleidades. Seguro que ni los conoce.