Uno se pregunta por qué hay cosas que son tan difíciles de predecir y las matemáticas nos ofrecen una respuesta gracias a los modelos dinámicos, sistemas que varían con el tiempo. Podemos distinguir sistemas estables, inestables y caóticos. Es fácil de entender qué es un sistema estable. Si conocemos las condiciones iniciales y actuamos sobre él, no cambiará demasiado. Si empujamos un objeto que esté en equilibrio estable, no se caerá. Un lápiz sobre una mesa cuan largo es podrá rodar, pero no caerá. Fácil.
Sin embargo, existe una diferencia entre inestable y caótico. No son la misma cosa. Un sistema será inestable si cambia sus condiciones iniciales, si lo que está cerca se aleja, o lo que se aguanta en pie se cae, por ejemplo. La inestabilidad es previsible, quédense con esto. Si ponemos el mismo lápiz en equilibrio de pie sobre la misma mesa, a poco que lo empujemos, caerá, porque su equilibrio será inestable. Fácil, ¿verdad?
Finalmente, el caos. El sistema no es estable, pero tampoco inestable. Será caótico.
Variamos, aunque sea mínimamente, cualquier condición inicial y ¡zas! ¡Sorpresa! Puede pasar cualquier cosa dentro de lo posible. A muy corto plazo, podemos adivinar qué pasará. Más allá, será prácticamente imposible, incluso en sistemas deterministas, que no dependen de la probabilidad de algún suceso. Si encima añadimos la lotería de una probabilidad, ni les cuento.
El caos y la inestabilidad dependen sobremanera de las condiciones iniciales. A poco que cambiemos una de ellas, sucede la catástrofe; es decir, cualquiera de esas condiciones iniciales puede irse al carajo en un pispás. Ahora bien, si es un sistema caótico, cómo se joderá el invento será del todo impredecible. Seguro que habrán oído hablar de una mariposa que bate las alas en Cáceres y provoca un huracán en Nueva Orleans. Eso es el caos.
Estos días, una mariposa ha batido sus alas en Barcelona y la hemos liado a base de bien, porque las sociedades humanas son, diría que por definición, caóticas. Quizá no haya sido una mariposa, sino un hada, ya me entienden, con síndrome de Peter Pan. Puede que no muy acusado, pero propio de una nueva izquierda que ya no es ni nueva ni izquierda. Sus síntomas son la irresponsabilidad, una rebeldía sin causa, la arrogancia y el narcisismo y la extraña creencia de creerse por encima de leyes y normas.
Pues bien, hubo unas elecciones y después de varias aventuras el señor Collboni salió alcalde. No sé ya los meses que lleva intentando formar gobierno. Cuando los de ERC se libraron del cascarrabias de Maragall, llegaron a un acuerdo con el PSC que tenía una condición indiscutible, no querían hadas en el gobierno, porque los de ERC también sufren del síndrome de Peter Pan. Que quede entre nosotros, pero hadas aparte, lo del síndrome de Peter Pan en nuestra clase política es una epidemia de la que no se salva nadie.
El hada se enfadó, no se va a enfadar, pónganse en su lugar. En una hábil jugada, movió a los de su partido para que no apoyaran los presupuestos de la Generalitat con cualquier excusa. En este caso, un casino, pero podría haber sido cualquier otra cosa. Con un poco de mano izquierda de unos y de otros, las hadas podrían haber entrado en el Ayuntamiento y aprobar esos presupuestos. Pero ya les he dicho que la izquierda en este país hace tiempo que está desaparecida y la mano izquierda ni está ni se la busca.
En qué momento se jodió el Perú, quién sabe, pero la dinámica caótica se había puesto en marcha con aterradora celeridad y todavía no sabemos por dónde nos va a salir. Pero lo que es seguro es que no tenemos ni presupuestos en Barcelona ni presupuestos en Cataluña ni presupuestos en Madrid, pero sí elecciones en Cataluña y un lío de narices. Es evidente, evidentísimo, que nuestra política es brutalmente caótica, además de estúpida. Asómense a los periódicos, no les digo más.