La coalición de izquierdas que gobierna España ha continuado el plan que inició el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de bautizar las grandes estaciones de ferrocarril con nombres de mujeres a las que el país rinde así un homenaje. El primer caso se produjo en Málaga, donde la parada del AVE honró la memoria de la filósofa republicana María Zambrano, malagueña de origen, exiliada tras la guerra y recuperada por la democracia.
Era un gesto feminista de memoria histórica. Le siguieron otras iniciativas, como la de Rosa Manzano, la primera gobernadora civil (socialista) en Burgos; Guiomar –la musa de Antonio Machado— en Segovia; Clara Campoamor, republicana, feminista y masona, en Chamartín (Madrid).
El PP de Málaga ya hizo una intentona de restar protagonismo al nombre de Zambrano unos años después, pero la que dio el do de pecho más claro contra esa política de reconciliación fue Isabel Díaz Ayuso con motivo del añadido de Almudena Grandes a la estación de Atocha (Madrid) el año pasado. “Si se trata de poner nombres de mujeres, creo que la virgen de Atocha ya era una mujer”, dijo a modo de chiste.
El PP de Cataluña no tiene una ideología distinta del PP del resto de España, y seguro que la memoria histórica le provoca algo de sarpullido, pero tiene otras formas. Daniel Sirera, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, propuso en la campaña de las municipales de 2023 que Adif añadiese el nombre de Montserrat Caballé a la denominación oficial de la estación de Sants.
La iniciativa decayó por la convocatoria de las generales del 23J. Ahora, en la campaña de las autonómicas, el PP ha vuelto a presentarla como proposición no de ley: ayer fue aprobada en la Comisión de Transportes del Congreso. Ya veremos qué hace el Gobierno, pero, de momento, olé por Sirera y sus compañeros.
Caballé era una catalana universal y todo el mundo sabía que no estaba por la independencia ni por el procés. Se había tenido que tragar que en las altas esferas pujolistas llamaran extranjero a su marido por ser aragonés. Cabe la posibilidad de que votara al PP, es dudoso que lo hiciera por el PSC, pero seguro que no apoyaba a CiU ni a sus derivados.
La jugada de los peperos catalanes ha sido acertada, además de civilizada. Es una forma elegante de trabajar la discrepancia más radical sobre la memoria histórica rehuyendo los enfrentamientos a que sus colegas nos tienen acostumbrados, aunque para hacerlo hayan elegido a una persona que fue condenada por simular que tenía el domicilio fiscal en Andorra.
Probablemente, esa es la razón por la que el Ayuntamiento de Barcelona aún no le ha puesto su nombre a una calle o una plaza, como aprobó por unanimidad el consistorio el mismo año de la muerte de la soprano.