Hace días que no oigo hablar del bautizo de la estación de Sants con el nombre de Montserrat Caballé. Tampoco veo muy activos a los patriotas que renegaban de la Caballé por españolista y proponían a Núria Feliu para dar nombre a la estación en cuestión. La propuesta de homenajear a la Caballé no sé si tiene mucho recorrido, y no porque la soprano no se merezca tal honor, sino porque parte del PP demoniza la iniciativa para el sector más cebolludo de la población barcelonesa, al que nunca le cayó bien la llorada Montse porque siempre fue de catalana, española y ciudadana del mundo (o sea, botiflera).
De ahí la ideaca de añadir a la estación de Sants el nombre de Núria Feliu, aduciendo, además, el dato (falso) de que la tieta de Catalunya era más de Sants que la amiga de Freddie Mercury: cuando la entrevisté hace un montón de años, junto a José María Cano, con el que preparaban una ópera contemporánea, la señora Caballé me recibió en su ático de un edificio situado prácticamente al lado de la estación de Sants. Por otra parte, Núria Feliu sería un ejemplo de patriotismo convergente y de amor a Catalunya, pero su inexistente carrera internacional no tiene punto de comparación con la de Montserrat Caballé.
En cualquier caso, no creo que el tema deba quitarnos el sueño, dado que los bautizos de estaciones (y de aeropuertos) se la suelen soplar a todo el mundo. ¿Alguien se sube a un taxi y pide que se le traslade al aeropuerto Josep Tarradellas? Juraría que no, que la gente sigue hablando del aeropuerto del Prat o del aeropuerto a secas: total, no hay otro en Barcelona y es muy difícil confundirse de destino; para especificar, ya están los londinenses, que pueden elegir entre Heathrow, Gatwick y Luton.
No conozco a nadie en Madrid que diga que se dirige al aeropuerto Adolfo Suárez: Barajas sigue siendo Barajas. De la misma manera, la estación ferroviaria de Atocha sigue siendo llamada así por sus usuarios, que no suelen añadir el nombre de la escritora Almudena Grandes (la mayoría, sin connotaciones políticas; algunos, porque no soportaban a la difunta).
Puestos a practicar la absurda costumbre de poner nombres de personas a aeropuertos y estaciones, lo menos que se puede hacer es elegir a gente sobre la que haya cierto consenso, y lo de Almudena Grandes tuvo un punto de cacicada progresista, ya que parte de la izquierda la adoraba, la derecha en pleno la detestaba y un sector de la izquierda la consideraba un pelín sectaria y demagoga, tirando a guerracivilista. En cualquier caso, da igual: la estación puede llamarse como se le antoje al mandamás de turno, que la gente la seguirá llamando de la manera tradicional.
Puede que el único caso conocido de éxito de un bautizo sea el del aeropuerto de Nueva York, dedicado al difunto John Fitzgerald Kennedy, que todo el mundo conoce como JFK (éxito al que ha contribuido la existencia de otro aeropuerto, el de Newark, aunque esté físicamente en Nueva Jersey). Por regla general, nadie presta atención a los añadidos de homenaje a personajes ilustres de la sociedad en general y de la sociedad española en particular. Lo que más parece preocupar a los viajeros es que su tren o su avión salga a la hora prevista.
Esos bautizos, además, pueden suscitar polémicas de chichinabo como la que hubo en torno a Almudena Grandes o la que puede darse entre Montserrat Caballé y Núria Feliu, que en gloria estén. Así pues, ¿por qué no nos dejamos de nombres y homenajes y seguimos llamándole Sants a la estación de Sants? Tampoco el Nou Camp ha sido bautizado jamás con el nombre de algún ilustre representante del Barça y sigue registrando llenos hasta la bandera, ¿no?
En fin, que hagan lo que quieran: Sants Montserrat Caballé, Sants Núria Feliu, Sants Tortell Poltrona… Me da igual: yo, cuando tenga que darle instrucciones al taxista, seguiré diciendo que me lleve a la estación de Sants. Y algo me dice que la mayoría de mis conciudadanos hará lo mismo.