Hace prácticamente un año Jaume Collboni se hizo con la alcaldía de Barcelona. Lo hizo con apoyo de los comunes y la sorpresa del PP. Los populares de Dani Sirera prefirieron un alcalde socialista antes que a un Xavier Trias que dijo no ser como Puigdemont, pero que ha demostrado que quién manda en Junts per Barcelona es el mismísimo Puigdemont.

Nadie daba un duro por la estabilidad de un gobierno municipal con diez concejales de 41. Todos los agoreros se empecinaron en vaticinar grandes catástrofes si el alcalde no cerraba un acuerdo de izquierdas, con comunes y ERC, o con Junts. Ni los comunes ni los junteros se lo han puesto fácil. De hecho, el alcalde lo verbalizaba la pasada semana en una entrevista en El Periódico: “Trias y Colau ni gobiernan ni dejan gobernar”, nos decía en una versión moderna del perro del hortelano.

Sin embargo, caminar sobre el alambre no ha hecho imposible que el gobierno municipal funcionara. Collboni se nos ha revelado como un funambulista de éxito y ha capeado los temporales con un cierto arte. Se ha convertido en el alcalde tranquilo. Sin aspavientos ha ido moviendo pieza y, haciendo de la necesidad virtud, ha explotado los errores de los adversarios. Primero los de Colau, que desde el minuto uno ha demostrado que no sabe estar en la oposición y que no ha sido capaz de tejer complicidades con el nuevo alcalde. De hecho, en su debe hemos de anotar una moción de censura y el tumbar los presupuestos. Bueno, más que tumbarlos, retrasarlos, excepto los catalanes y los de España que cayeron en efecto dominó por la tozudez de los comunes, obligando a Collboni a presentar una moción de confianza para aprobarlos en Barcelona. Y segundo, los de Trias, que se ha demostrado incapaz de gobernar a su grupo anunciando su marcha día sí y otro también, pero nunca consumándola.

La moción de confianza ha resultado clave para que hoy tengamos presupuestos. El dos de mayo se inició una nueva etapa con más recursos y con las inversiones en marcha. Y la moción no ha fructificado porque el alcalde se acercó a Esquerra. Con Ernest Maragall el acuerdo era casi imposible. Demasiadas heridas todavía abiertas con el que se esperaba ganar las elecciones solo porque se apellidaba Maragall. Sin don Ernest el camino se allanó, y ERC firmó un primer acuerdo. Ahora toca poner el cascabel al gato y ver si es posible un acuerdo con mayor estabilidad.

Collboni ha dicho que lo espera antes del verano y siempre después del 12 de mayo. Y claro, en función de los resultados los partidos implicados reaccionarán. Los comunes, gracias a sus propios errores, se encaminan a un disgusto. Su poder territorial está bajo mínimos, y el autonómico promete dejarlos en este mismo escenario. Por tanto, es posible que se esmeren en recuperar los puentes perdidos, pero saben sobre todo que con Colau se va a hacer muy cuesta arriba cualquier acuerdo.

ERC necesita tiempo para recomponerse en Barcelona, y todo apunta que entrará en una crisis profunda tras las autonómicas. Las encuestas auguran todo un batacazo de Aragonès que dejará a los republicanos ante la tesitura de apoyar a un muy crecido Salvador Illa, sobre todo, si como parece confirmarse es imposible una mayoría independentista. Algunas encuestas dicen que sí, que los indepes pueden tenerla, pero con la ultraderechista Aliança Catalana, algo incompatible para la CUP y Esquerra. Y claro, ERC puede votar con Collboni, pero a la vez a Illa se antoja un trágala de difícil digestión.

Junts es el tercero en discordia. Puigdemont, si no es investido presidente, dice que se irá a su casa. Hoy por hoy lo tiene difícil, pero su marcha puede abrir de par en par las puertas para que los suyos puedan pactar en el consistorio barcelonés. No lo tiene fácil el alcalde, pero seguro que lidiará esta complicada corrida porque tienen más necesidades, y prisas, sus adversarios que el equipo de gobierno. Estoy convencido que volverá a aparecer el alcalde tranquilo. Y más con los presupuestos aprobados.