El Hospital Clínic de Barcelona se ha quedado sin cincuenta millones de euros que nos habrían venido muy bien a todos sus usuarios (por no hablar de sus trabajadores) porque no se pudieron aprobar los presupuestos que presentaba el Petitó de Pineda, hecho que condujo a la convocatoria de elecciones autonómicas, con los resultados de todos conocidos. Los presupuestos de marras, como todos recordamos, se los cargaron los comunes con una excusa que no dudo en calificar de peregrina: había que anular el proyecto del Hard Rock si se quería contar con la aprobación de los de Ada Colau y Jessica Albiach.

Que la no construcción de un centro de ocio se convierta en condición sine qua non para aprobar unos presupuestos suena ligeramente a chiquillada presuntamente progresista, pero los comunes son así y parece que los casinos son obra del Maligno y deben prohibirse urbi et orbi, aunque generen puestos de trabajo y contribuyan a que se mueva el dinerito con más eficacia que los huertos urbanos.

Y aunque una comunidad se quede sin presupuestos para el año en curso y eso afecte a un hospital de referencia como el Clínic, que es una de las pocas instituciones fiables que nos quedan en Barcelona: cuando me infarté hace algo más de siete años, me planté en taxi en Urgencias --tras entretener la espera de un vehículo echando un pitillito--, se hicieron cargo de mí ipso facto, me salvaron el pellejo y me tuvieron una semana en el pabellón de coronarios que no dudo en calificar como una de las mejores de mi vida: vigilado las veinticuatro horas del día, primorosamente atendido por encantadoras y eficaces enfermeras (recomiendo a cualquiera la experiencia de ser lavado por cuatro mujeres muy simpáticas), alimentado de forma espartana pero saludable… Y todo gratis total gracias a los monises de mis impuestos. A una institución así hay que mimarla, y no dejarla sin presupuesto, porque se nos ha metido en la cabeza que un casino/centro de ocio/ espacio de diversión es un atentado al territorio y a una visión progresista de la vida.

Para colmo de males, los comunes son de una incoherencia pasmosa. Si el Hard Rock era tan importante para su visión social de Catalunya, ¿por qué no lo es tanto a la hora de investir al nuevo presidente de la Generalitat? Según ha dicho el inefable Jaume Asens, el Hard Rock ya no constituye una línea roja para apoyar o no a Salvador Illa. Parece que, para los comunes, las líneas rojas son de natural elásticas, y el mismo asunto puede ser una línea roja en unas ocasiones y dejar de serlo en otras. Aunque claro que no es lo mismo soplarle pasta a un hospital que soplársela a uno mismo. Los resultados de la banda de Ada y Jessica en las últimas elecciones autonómicas no han sido precisamente como para echar cohetes. Han perdido diputados, han visto que coquetean con la irrelevancia (a lo Podemos y Sumar) y que, si quieren pillar cacho en un futuro gobierno, solo pueden lograrlo apoyando al candidato socialista a presidir la Generalitat. Como les conviene apoyar a Salvador Illa, lo del Hard Rock ya no es una línea roja (o sí, pero se puede cruzar tranquilamente cuando el hambre aprieta).

Nunca ha habido muchos motivos para confiar en los comunes, pero yo diría que este numerito del Hard Rock es suficiente para dejar de tomárselos en serio, si es que alguien lo había hecho alguna vez. Cargarse unos presupuestos, elemento imprescindible para que una sociedad funcione, aunque sea de manera aproximativa, obedeciendo a un caprichito progre y sostenible es lamentable. Pero olvidarse del caprichito porque están en juego las cosas del comer resulta aún más penoso: al Clinic que le den, pero que nuestros sillones no corran peligro. Como dicen los franceses, Belle mentalité!