Janet Sanz vive en su mundo. En su propia burbuja. No lo digo yo, lo dice ella misma en un artículo publicado en eldiario.es.Se vende ciudad, pregunten por Collboni” se titulaba el exabrupto que se iniciaba así “Bonita, brillante, lujosa y absolutamente vacía de vida. Como buen escaparate, la Barcelona de Jaume Collboni se gestiona pensando en clientes y visitantes, pero jamás en las vecinas y vecinos”. 

La concejal de los comunes, a la sazón líder de su partido por incomparecencia de Ada Colau que sigue de concejal y cobrando su salario sin dar un palo al agua, defiende una ciudad oscura y sin vida. Y lo peor, miente. 

Según ella, miles de ciudadanos perderán su tarjeta sanitaria y el acceso a otros servicios públicos básicos porque el gobierno municipal eliminará el empadronamiento en entidades sociales. Lo que le duele a la señora Sanz es perder el clientelismo de estos ciudadanos que se pueden empadronar en su lugar de residencia aunque no tengan los papeles de residencia. El problema es que sacarlos de las entidades dejan en fuera de juego a quienes los han utilizado sin demasiados miramientos con intereses políticos. 

Dice Sanz que Collboni es incapaz de llegar a acuerdos con fuerzas políticas. Con ERC lo ha hecho, con los comunes no porque están empecinados en suicidarse políticamente. Es más, el alcalde tiene presupuestos. 

Pone el grito en el cielo porque Barcelona se ha convertido en escaparate y afea con duras palabras que se alquile el Park Güell a Louis Vuitton y el paseo de Gràcia sea una perfomance de Fórmula 1. Pues sí, señora Sanz, Barcelona es una ciudad cosmopolita abierta al mundo y no una provinciana refugiada en sus miserias como la de Colau. “Un escenario de cartón piedra”, afirma, pero obvia que el impacto mundial de Barcelona con estos actos es impagable y no es incompatible con una ciudad agradable para vivir, convivir y trabajar. 

Reivindica las superillas que son un modelo más que mejorable y saca pecho en favor de políticas sociales o de vivienda. Lo hizo sin rubor y sin vergüenza. De verdad puede reivindicar vivienda asequible después de ocho años de inacción donde containers de ocho metros eran el paradigma. De verdad, puede mirar a los ojos a los barceloneses y hablar de políticas sociales después de votar contra los presupuestos por unas sillas en el gobierno. Porque mucho criticar a Collboni, pero Sanz se vuelve loca por entrar en el ejecutivo municipal. Por cierto, lo del psicólogo y dentista públicos fueron una de esas bromas de mal gusto del Gobierno Colau. Por cierto, Sanz se olvida de las trasnochadas propuestas de energía y agua de su compañero Eloi Badia que recibió un monumental revolcón en las elecciones catalanas y no salió elegido por Girona. Sólo voy a estar de acuerdo con Sanz en que Collboni no estuvo fino en el acto institucional del Barça. Cometió un error, sí, y se disculpó. Pero de ahí a decir que Collboni es machista hay un trecho. La bilis, señora Sanz, hay que dejarla en un cajón.

En su artículo, Janet Sanz utiliza un discurso tardocomunista de poner la ciudad al servicio de los lobbys y acabar afirmando que “Barcelona no está en venta”. Más que un artículo y un análisis es el encadenamiento de una sarta de boutades, un texto en fórmula mitin que no aporta absolutamente. Nada, en el próximo artículo, aparte de propaganda, aporte algo de contenido, algo con enjundia más allá de la palabrería fácil. Aunque eso es mucho esperar. Por ejemplo, porque no nos explica porqué no votaron unos presupuestos que son un alivia para decenas de sectores. Porque no nos explica porqué los comunes quisieron cargarse el Mobile. "Por qué eran lobbys”. Me dirijo a la señora Sanz porque si pretendo que nos diga algo Colau tendría una espera eterna. Sigue siendo la concejal fantasma. Y cobra, eso sí. Y viaja, también.