Roses, Lloret de Mar y Salou son de los municipios con la renta media más baja de Cataluña, un dato que contrasta con la riqueza que supuestamente pasa por esas tres poblaciones costeras que han sido, y son, símbolo de la industria turística del país.
El dato es paradigmático de la contradicción a que nos ha conducido la democratización del turismo, su accesibilidad y masificación. Los viajes están al alcance de los bolsillos más modestos que, además, se alojan en nuevas fórmulas de low cost, se divierten y alimentan en establecimientos que son rentables porque reducen costos; básicamente, salariales. Son los efectos colaterales del slum tourism.
Según Mastercard, el gasto medio diario de un turista en Lloret ronda los 33 euros, uno menos que en Madrid, Alicante y Valencia. En San Michele Al Tagliamento (Italia), el lugar más gastoso de Europa, la cifra alcanza los 237€. Los datos son diáfanos y explican muchas de las cosas que nos ocurren.
Antonio Catalán, probablemente el mejor hotelero español, lo tiene dicho: si trabajas turismo low cost no puedes pagar buenos salarios.
Es una de las tesis que el historiador Josep Burgaya vierte en su libro Homo movens (El Viejo Topo), donde aborda el enorme problema que supone el desarrollismo viajero para lugares como Barcelona. Nuestra ciudad encabeza la lista de los seis destinos españoles que aparecen en lugares preferidos del top 20 europeo para salir de noche, muy por delante de Marbella, Palma y Madrid.
En los últimos días hemos oído posicionamientos esperanzadores desde la alcaldía de Barcelona, que busca soluciones para los cruceros, que crecen a un ritmo del 8% anual. También llegan noticias en ese sentido desde Mallorca y otros enclaves, temerosos de los efectos de la masificación. El año pasado, la llegada de turistas creció casi el 19% y su gasto un 25%, gracias al aumento de los precios. Son señales de que se empiezan a hacer bien las cosas.
Desde el punto de vista de Burgaya, que el 14% del PIB español dependa del negocio turístico evidencia los pies de barro de una economía poco diversificada. En Francia, la “inventora del turismo”, esta actividad no supera del 3% del total, como en Italia. En París, la capital del mundo de los viajes, supone el 5% frente al casi 15% de Barcelona.
La afiliación a la Seguridad Social ha batido un récord gracias al turismo: el 38% de los nuevos contratos de mayo eran de la hostelería. Un dato que también supone que más del 13% del empleo pende del sector vacacional, lo que ya no es tan positivo.
El fenómeno no se puede frenar con leyes y prohibiciones porque sería antidemocrático y porque ha calado en casi la mitad de la población mundial, los 3.000 millones de personas que pueden desplazarse por placer. Es la gran afición de los jóvenes, pero también de los mayores, como evidencia la creciente incorporación de los jubilados. Burgaya llama la atención sobre la edad del turista español herido recientemente por los talibanes en Afganistán –82 años--, un claro síntoma de esa dromomanía.