Las obras de La Rambla parece que, por fin, van en serio. En tres años más estarán listas. “¡Habrá que verlo!”, exclaman desconfiados los lugareños, es decir, los barceloneses. Y ya van quedando pocos, empujados por el turismo hacia las poblaciones del área metropolitana donde, al menos de momento, las viviendas son algo menos caras. Pero lo que verdaderamente habrá que ver es cuánto aguanta el resultado final, porque se ha hecho casi norma que la duración de las obras públicas sea, como mucho, la que figure en el periodo de garantía. Ahora que la Unión Europea quiere tomarse en serio la vida de los electrodomésticos (incluyendo el suministro de recambios durante un periodo razonable) valdría la pena revisar también cuánto deben durar las losetas y los asfaltos que son pagados por el contribuyente.
Cualquiera que pasee por La Rambla y quiera luego dirigirse hacia la catedral o el mercado de Santa Caterina puede comprobar que las obras de los hombres recientes tienen una duración mucho menor que las de los antepasados remotos.
Entrando por Cardenal Casañas se aprecia el temblor del sueño. Las losetas bailan porque una está hundida, otra resquebrajada, una más rota y algunas rajadas en tropel. Si sólo fuera esta calle la que presenta desperfectos se podría pensar que el motivo es que le tocó la china, es decir, una empresa o unos operarios especialmente chapuceros. Puede pasar. Cualquiera que haya hecho obras en casa o sufrido las que se hacen en su vecindad sabe lo fácil que es que se corte el cable del teléfono o el de la luz o que se agujeree una tubería de gas o de agua. Es gratis. Las compañías nunca tienen que indemnizar por los desperfectos. Incluso siendo cuidadoso, puede producirse un desperfecto.
Entre las propuestas para paliar los efectos de la sequía se ha sugerido reutilizar el agua de los desagües y redirigirla a las cisternas. Esto equivale a dotar a las casas de dos tipos de cañerías. Hasta hace muy poco, los técnicos de las compañías de aguas desaconsejaban esta solución. Señalaban que el país está lleno de chapuceros que podían unificarlas, queriendo o sin querer, y acabar introduciendo agua no potable en los conductos de la destinada al consumo humano. Pero no hay que temer: hoy los Pepe Gotera y Otilio de turno se dedican a rematar las obras de las calles. ¡Viva el estropicio!
Ocurre en Cardenal Casañas, pero también en la contigua plaza del Pi. Allí casi hay más baldosas rotas que en condiciones. Y otro tanto sucede en la plaza de Sant Josep Oriol.
La cosa no acaba aquí. Quien siga por la calle de la Palla podrá comprobar que aguanta mucho mejor el empedrado antiguo que el moderno. Entendiendo por moderno que hace poco que lo han puesto. Es fácil distinguir las piedras más antiguas porque tienen un color homogéneo. Las actuales parecen un muestrario de las diversas posibilidades cromáticas. Y, mientras que muchas de las viejas losas se mantienen enteras y lisas, las recientes muestran un claro estado de decrepitud. ¿Material inadecuado? ¿Mala instalación? ¿Falta de revisión una vez finalizada y pagada la obra? También podría ser que sus autores fueran verdaderos artistas, adscritos a la corriente del arte efímero: el que está pensado para que no dure porque la duración es un valor burgués. Son los promotores de un famoso lema: ¡Viva la chapuza!
Y las calles citadas resultan casi una maravilla si se comparan con la situación del suelo de la plaza Nova. Un desastre sin paliativos con zonas donde el hundimiento de varias losetas contiguas supera los 15 centímetros de profundidad y un par de metros de ancho.
La situación indica falta de control de calidad en las obras públicas. Pero también falta de seguimiento por parte del consistorio. Se supone que por la zona patrullan agentes de la Guardia Urbana que, aunque no hayan leído a Marcuse, no son “hombres unidimensionales”, dedicados en exclusiva a una tarea (la que sea que cumplen). Quizás podrían, también, percibir estos desaguisados e informar de ellos a quien corresponda. Si es que hay alguien en el Ayuntamiento de Barcelona que se ocupe de estos asuntos. Ya se sabe: las inauguraciones salen en los medios; el mantenimiento no es noticia.
Se da por sentado que el alcalde y los concejales no circulan por la zona. Al menos, a pie. A lo sumo utilizan la bicicleta. Aunque esté prohibido. Total, hecha la norma no es necesario contar con hacerla cumplir. Salvo que uno se denuncie a sí mismo por descuido, porque la Guardia Urbana está para otras cosas.