La concentración de la población en las grandes ciudades es un hecho evidente e indiscutible. Nosotros no íbamos a ser una excepción, ni mucho menos. También cabe considerar que el mundo es ahora un pañuelo. Seguro que han comido pizza, sushi o ceviche. Su teléfono nació en Japón, Corea, China o los EE. UU. Si tiene automóvil, es posible que tenga piezas de proveedores de más de veinte nacionalidades. Es muy fácil que ustedes se hayan ido de vacaciones al extranjero una o más veces. Ven películas y series americanas. Etc. No es nada nuevo: se han encontrado pruebas de comercio entre pueblos neolíticos alejados cientos de kilómetros unos de otros.
Las personas no iban a ser una excepción y seguro que conocen a más de una persona o tienen algún vecino que ha nacido en el extranjero. No les extrañe, porque uno de cada cuatro habitantes de Barcelona ha nacido en el extranjero, según el último censo de la ciudad. Porque los flujos migratorios son inevitables y lo han sido siempre. La gente busca una mejor vida. ¿Quién puede censurarlo?
Esto provoca miedo en algunas personas. La respuesta al miedo suele ser agresiva y alimenta el rancio ideario del volkgeist, palabro que inventó un filósofo alemán llamado Herder. El fulano sostenía que existía un espíritu del pueblo por encima y con independencia de las personas de ese pueblo, que deben adaptarse a ese espíritu si quieren formar parte de ese pueblo. Con esa idea tan estúpida se han justificado las atrocidades cometidas en nombre de la pureza nacional e ideológica durante los dos últimos siglos.
Mejor dejemos a los tontos con sus tonterías y luchemos por una sociedad más justa y más abierta. Es decir, por una que protege los derechos de las personas y procura que todas puedan tener las mismas oportunidades en esta vida, porque así nos irá mejor a todos. Es una utopía, lo sé, pero prefiero luchar por la justicia que por un fantasma.
Digo esto porque Barcelona, como cualquier ciudad que se precie, tiene tendencia a ser abierta y cosmopolita y no vayamos a joderla justo ahora, cuando, como he dicho, uno de cada cuatro de sus habitantes nació en el extranjero. En 1997, no llegaban al 3%. Además, uno de cada tres barceloneses tiene un padre, una madre o ambos nacidos en el extranjero. De hecho, los barceloneses que han nacido en Barcelona son menos de la mitad, un 46%. Casi un 7% han nacido en otra parte de Catalunya y poco más del 13% en el resto de España. La edad media de los extranjeros que vienen a vivir a Barcelona ronda los 38 años. Un dato a tener en cuenta es que casi la mitad de los recién llegados a la ciudad desde el extranjero tiene títulos universitarios en su currículum y que menos de un 10% de la población inmigrante recurre a los servicios sociales.
Las cifras son similares en Madrid, aunque Madrid atrae más habitantes que Barcelona, en números relativos y absolutos, procedentes tanto del resto de España como del extranjero. Supongo que la situación política de la última década y media algo habrá tenido que ver, quién sabe. Por lo demás, el panorama es semejante, porque ambas ciudades son metrópolis y comparten problemas comunes. Madrid pierde cien mil habitantes cada año en busca de un hogar en una población cercana, por culpa de los precios en la ciudad, problema al que no es ajeno Barcelona.
El nuevo censo nos dice que Barcelona contaba el 1 de enero de 2024 con 1.702.000 habitantes. Nunca antes Barcelona había tenido tantos habitantes. No será por lo que nos esforzamos, porque el número de nacimientos marca un mínimo histórico cada año desde 2018 y se muere más gente que nace, alrededor de 4.000 personas de diferencia entre una cosa y la otra. En Madrid, que nos dobla en población, mueren unas 500 personas más que nacen. Suerte que llegan nuevos barceloneses, porque, si no… La edad media de un barcelonés, varón o mujer, ronda los 44 años y lo más frecuente es que no piense en tener un hijo hasta los 40 años. Entre los nuevos barceloneses, la edad de las madres más frecuente está entre los 25 y los 30 años. En tres de cada cuatro hogares de Barcelona no hay niños.
Hace unos años, un estudio demográfico concluyó que Catalunya tendría hoy menos de un millón de habitantes si no hubiera recibido población procedente del resto de España o del extranjero en los últimos cien años. Hoy tiene ocho millones de habitantes. Lo digo para que se sitúen.