Cuatro semanas después de las elecciones al Parlament de Catalunya votamos en las elecciones del Parlamento Europeo. Eso sí, votamos menos, porque la abstención superó el 50%. Como siempre, los barrios más ricos votaron más y los más pobres, menos. No he hecho los números, pero la correlación entre renta y participación electoral debe de ser alta. Dos de cada tres ciudadanos del barrio más rico votaron contra uno de cada cuatro del barrio más pobre. No es ninguna novedad, esta tendencia se repite elección tras elección y explica muchas cosas.
Del resultado han hablado muchos antes que yo, pero se lo recuerdo. El PSC ganó en 66 barrios, el PP en 5 y los juntovergentes en 2. El PP y los juntovergentes en los barrios de renta más alta de Barcelona, no sé si hacía falta decirlo.
Lo que cuenta, sin embargo, es el número de votos. En Barcelona, el PSC ganó de calle, con más de 160.000 votos y casi un 30% del total. Los juntovergentes y el PP casi empataron, con menos de cien votos de diferencia a favor de los juntovergentes. Unos y otros se llevaron más de 86.000 votos cada uno, un 15,8% del total. Lo que vendría a ser ERC se quedó en casi 76.000 votos y un 13,8%. El batacazo de Sumar y Podemos les tuvo que doler, porque juntos no pudieron sumar lo que ERC. Por separado, el 6,7% de los votos fue para Podemos y el 6,2%, para Sumar. Vox y Se acabó la fiesta se llevaron entre los dos más de 38.000 votos, casi un 7% del total.
Esta campaña nos deja un sabor agridulce. Europa tiene un sarpullido de sarampión nacionalpopulista que no pinta nada bien. En Francia y Alemania anda la cosa muy mal, por ejemplo. Pero en casa no estamos mejor. La situación en el Congreso de los Diputados no es para tirar cohetes. Pinta que nos quedaremos sin presupuestos y quién sabe si iremos a elecciones. Pero en el Parlament de Catalunya también pintan bastos, y como llevamos más años sin presupuestos que con presupuestos desde 2010, que no tengamos presupuesto este año será una desgracia, pero no una novedad.
Si nos acercamos un poco más, llegamos al Ayuntamiento de Barcelona, donde el señor Collboni se desgañita por aliarse con alguien. No hay manera, la cosa está muy mal. Ofrece altos cargos bien pagados a cambio de cierta tranquilidad en los plenos del Ayuntamiento. Pero tan enredada está la cosa que un puñado de militantes de ERC de Barcelona, que nadie sabe ni quiénes son, podría rechazar, o no, ese pacto. De rebote, eso podría provocar elecciones en Catalunya, o no. La siguiente ficha del dominó, España, donde también o tampoco podría haber elecciones. Desisto a predecir nada, me tienen frito.
En resumen, las luchas cainitas en el seno del procesismo y de la izquierda a la izquierda del PSC, que no es que sea muy a la izquierda, nos están dejando momentos memorables para los anales del esperpento. Los pagaremos muy caros. Ojo, que los socialistas también harían bien en entonar el mea culpa, porque tienen cada ministro… De la derecha, mejor no hablar, ya no por ética, sino por estética. Entre unos y otros, aquí no gobierna ni el Tato, ni en Madrid ni en un lado de la plaza de Sant Jaume ni en el otro.
Cómo se pegan por unas migajas de poder, cómo se apuñalan por la espalda, con qué ganas. Las peleas entre partidos se han vuelto desagradables a la vista y al olfato. El nivel de estulticia es tremebundo. Se mezcla la grosería con la cursilería y todos mienten como bellacos. Las instituciones son el muñeco del pim-pam-pum y su crédito está por los suelos. Por favor, señores, por favor, que vamos a hacernos daño.
Hace unos días, dándole vueltas a la cabeza, pregunté a una amiga de qué podría hablar yo aquí, porque a veces no vienen las ideas. «Se me ocurre una cosa», dijo. «Podrías decirnos si es posible la amistad en esta España polarizada entre personas opuestas ideológicamente». «Tengo que hablar de Barcelona, mujer», repuse. Se encogió de hombros. «Está bien, miraré qué puedo hacer», claudiqué.
Aquí me tienen. Creo que la amistad entre dos personas inteligentes y razonables es posible con respeto y una cierta afinidad de carácter de por medio, aunque tengan ideas dispares. Pero, claro, me plantan delante a esa fauna que les he dicho, su fanatismo y su estupidez y me voy corriendo por donde he venido. No sé si con esto te he respondido.