Tras la prematura muerte del humorista gráfico Jaume Perich (Barcelona, 1941 – Mataró, 1995), unos cuantos amigos del difunto pusieron en marcha los premios Gat Perich (a nuestro hombre le encantaban los mininos) para galardonar a dibujantes, nacionales o internacionales, que valieran mucho la pena. Fue así cómo, a lo largo de los años, desde 1996, el premio Gat Perich cayó en manos tan cualificadas como las de, por citar a unos cuantos, El Roto, Georges Wolinski, Miguel Gila, Forges, Kim Aubert, Quino o Marjane Satrapi. Este año le ha caído el galardón, a título póstumo, a mi amigo Enrique Ventura (Madrid, 1946 – 2024), pero observo que se han colado entre los premios (¿a modo de torna nacionalista?) los miembros de La Trinca (a los que Perich nunca les vio la gracia, como pude deducir de nuestras conversaciones) y el político Raül Romeva (que el difunto no tuvo el dudoso honor de conocer, pero que yo diría que no habría sido santo de su devoción). ¿Tendrá algo que ver en estas concesiones al lazismo el hecho de que la editorial RBA albergase la semana pasada el acto de entrega de premios?
Cuando me llegó la invitación de RBA, enseguida tuve la impresión de que allí, como diría el comisario Maigret, había algo que chirriaba. Concretamente, que el espíritu de Perich no se intuía por ninguna parte, y sí una cierta intención de quedar bien con los poderes fácticos catalanes, algo a lo que el difunto siempre tuvo alergia, empezando por el franquismo, que nunca lo miró con muy buenos ojos. Hace algunos años que los premios Perich han pasado de uno a tres, cosa, en mi opinión, absolutamente innecesaria: a veces no hace ninguna falta eso que el beato Junqueras llamaba ampliar la base. Un año, un premio, un dibujante: con eso íbamos que chutábamos. Y puestos a ampliar la base, por lo menos, se podrían haber estrujado el magín para no galardonar a gente que no compartía la visión del mundo de Perich, al que imagino revolviéndose en su tumba.
Reconozco que La Trinca fue un grupo extremadamente popular en su momento, aunque yo jamás les viese la gracia. Cuando se separaron, fue peor el remedio que la enfermedad. Tras librarse del pobre Miquel Ángel Pasqual, Josep Maria Mainat y Toni Cruz fundaron la productora audiovisual Gestmusic y dedicaron todos sus esfuerzos a la telebasura, sin permitirse ni un solo producto que los redimiera mínimamente de su condición de cretinizadores del sufrido pueblo español (que a Mainat, indepe convencido, solo le interesa para sacarle los cuartos). De hecho, la única contribución de cierto interés al humor (involuntario) por parte del señor Mainat ha sido el culebrón criminal que ha protagonizado con su última esposa, Angela Dobrowolsky, quien, a día de hoy, aún no sabemos si intentó asesinarlo o se le fue sin querer la mano en la administración de pastillas.
¿Y qué decir de la vis cómica de Raül Romeva? Según el jurado, había publicado un libro muy gracioso sobre su encontronazo con la justicia española, pero yo diría que las contribuciones al humorismo del señor Romeva, claramente involuntarias, se reducen a aquellos tiempos en los que deambulaba por el parlamento europeo diciéndole a quien quisiera oírle que él era el ministro de asuntos exteriores de la república de Catalunya.
Evidentemente, no fui a la entrega de los premios Gat Perich de este año (aunque sí había acudido a alguna de las anteriores, cuando se celebraban en Llançà y consistían en un papeo y un jolgorio francamente divertidos en el que todos podíamos intercambiar anécdotas sobre nuestro querido amigo difunto). Hacer politiqueo (y en una línea muy concreta) a costa de alguien que siempre se distinguió por ir a su bola, repartir donde se lo pedía el cuerpo sin preocuparse por las consecuencias y no tratar de quedar bien con todo el mundo me parece una traición al homenajeado y al premiado de turno, que esta vez era un tipo con tanto talento (y tanta gracia) como Enrique Ventura (otro al que se le ha concedido el dudoso privilegio de retorcerse en su tumba).
Por no hablar de lo feo que está subirse encima de un muerto (o de dos) para parecer más alto.