Robert Daley, un periodista norteamericano, decía que la emoción del automovilismo provenía del peligro de muerte presente en cada momento de la carrera. Según Daley, un piloto de carreras, como un torero, tenía que afrontar la muerte en cada curva, en cada adelantamiento. Si no podía matarse, ¿qué gracia podía tener eso? 

Por suerte, no se ha matado nadie en la exhibición que nos han montado esta semana en el paseo de Gràcia, donde algunos automóviles de carreras han hecho algunas monerías para llamar la atención y arrancar los aplausos del público.

No todo el mundo parecía satisfecho con el circo. Un puñado de vecinos se echaron a la calle para protestar. No era para menos, porque el pifostio que se ha montado esta semana en Barcelona ha sido de miedo. El Ensanche, el corazón de la ciudad, partido en dos y las restricciones de tráfico, draconianas. Moverse de aquí para allá ha sido un suplicio y eso, naturalmente, molesta.

Pero al señor Collboni le ha faltado tiempo para presumir de eventos. Un evento es hacer el paripé, por si no lo sabían. En lo deportivo, Barcelona es la única ciudad del mundo (sic) que ha celebrado o celebrará unos Juegos Olímpicos, un Mundial de Fútbol, la Copa América, la primera etapa del Tour de Francia, el Campeonato Mundial de Atletismo, el Campeonato del Mundo de billar a tres bandas, Grandes Premios de Fórmula 1 en Pedralbes y en Montjuic, varias ediciones del Campeonato Europeo de Tiro al Plato, de la Copa del Generalísimo o del Rey de Fútbol y de Hockey Patines, el Campeonato del Mundo femenino de patinaje de velocidad sobre ruedas, la final de la Copa Europea de Béisbol, de Baloncesto, de Balonmano y no sé cuántas más, el Campeonato Mundial de Esgrima y, cómo no, numerosos aplecs sardanistas, que no son eventos deportivos porque no nos da la gana.

Eso sí, lamentablemente, Barcelona no ha podido celebrar el Campeonato del Mundo de Parchís, que se celebrará en El Grado, una localidad de Somontano de Barbastro, en Huesca, un fracaso que ha procurado silenciarse en los medios catalanes.

El único partido en contra del paripé de la F1 ha sido el de la señora Colau. ¿Se acuerdan? Fue alcaldesa. Recuerden las declaraciones relacionadas con la suerte de la Nissan en la Zona Franca o aquel desafortunado plantón a los ejecutivos de Volkswagen que querían fabricar baterías en Barcelona. El Circuito de Cataluña-Montmeló también recibió críticas feroces, y de esos polvos, estos lodos. A la vista de cómo se ponía Barcelona, Madrid propuso a la F1 un circuito urbano en el IFEMA. Desde entonces, la continuidad del circuito catalán en la F1 está en cuestión. Por eso se ha montado el paripé en el paseo de Gràcia, no sé si lo sabían. 

Se quejan de la privatización del espacio público. ¿Se han quejado de las terrazas de los bares? Tampoco he oído queja contra las celebraciones del Barça cuando gana alguna cosa y se pasea todo el equipo borracho en autocar por las principales avenidas de la ciudad, lo que también obliga a cerrar un montón de calles. Los de la F1 se han pasado tres pueblos, pero si una cosa es mala, la otra también lo es.

La queja es más profunda y silenciosa. En el paseo de Gràcia, braman los bólidos de F1, pero también automóviles de lujo de medio millón de euros que comienzan a dar trompos delante del público. Luego a mí me multan por entrar en Barcelona con un coche viejo porque no gano lo suficiente como para comprarme uno nuevo. Es apenas un ejemplo de una ostentación de las élites que comienza a ser ofensiva, si no lo era ya.

Los vecinos de la Sagrada Família están acostumbrados a ver esas furgonetas con los cristales tintados de negro aparcadas en el barrio en doble fila. Aquí hay dinero. Ni una multa. Los de Louis Vuitton montan un pollo en el parque Güell y pelillos a la mar, pero a un vecino le sancionan por llevar a su hija en bicicleta al colegio. ¿Cuántas veces los vecinos de uno u otro barrio intentan proteger un edificio catalogado para que sirva como equipamiento público y acaban viendo cómo lo derrocan para posterior lucro de sus propietarios? Demasiadas. Con la vivienda inasequible, los salarios bajos, el Estado del Bienestar desarbolado y los políticos en Babia, lo que no me explico es por qué todavía no arden las calles.