Las tiendas de souvenirs son algunos de los lugares más singulares de nuestra ciudad. De vez en cuando conviene pasearse por algunas para bajarnos los humos y echarnos unas risas. Contemplen los souvenirs. Así nos ven. ¡Así somos! Así vemos al turista, también. Pero, bueno, el kitsch vende como churros.
El mundo del souvenir suele ser tan desconcertante que muchas gentes de bien se sienten llamadas a poner orden e intervenir en esta cuestión. En 2010, el Govern dels Millors tenía dos obsesiones en mente. Una, recortar todo lo posible el Estado del Bienestar, dejarlo hecho fosfatina. Todavía no nos hemos recuperado de ésa. La segunda, la cosa patriótica, que sigue coleando y nos ha dejado el camino lleno de despropósitos. Uno de ellos, el empeño en hacer desaparecer (cito textualmente) "los símbolos españolistas de las tiendas de recuerdos para turistas". Traduzco: no querían toros, muñequitas de bailaoras de flamenco y sombreros mexicanos en las tiendas de souvenirs. Un inciso, esos sombreros eran típicos de la huerta murciana, no de México. Se trataba de sustituir esos iconos turísticos por otros que (vuelvo a citar textualmente) "representen la realidad catalana".
Consiguieron que el sombrero murciano-mexicano desapareciera, sustituido por una camiseta de fútbol de la selección española. Tras la intervención de la consejería del ramo, la oferta de recuerdos se enriqueció con una estatua de la Moreneta con un Copito de Nieve sobre las rodillas, la sangría servida en porrón, toreros del Barça y bailaoras con barretina. Sin embargo, ganan por goleada las bailaoras de flamenco y los toros cuya superficie es una burda y colorista imitación del trencadís típico de Gaudí. Toros y bailaoras siguen siendo los reyes del mambo, nos guste o nos disguste.
El hortera, o simplemente inefable mundo del souvenir es lo que tiene: cuanto más tópico y horroroso, mejor. Si viajan un poco, además, comprobarán que muchos souvenirs son idénticos aquí o allá. Se limitan a cambiar el nombre de la ciudad y si aquí es Barcelona, ahí será Ámsterdam, Londres, Roma o Atenas. Las piezas de ropa con un texto impreso presuntamente humorístico dominan este mercado internacional.
Pero los muchachos de ERC en Barcelona han dado un golpe sobre la mesa y han gritado Prou!, como en su día hiciera el señor Cuní. Su portavoz adjunto, el señor Coronas, declaró que (cito) "en los últimos años han proliferado en Ciutat Vella comercios que ofrecen a los visitantes de la ciudad productos turísticos que, desde ERC, consideramos ofensivos, con contenidos incluso homófobos y sexistas, entre otros, y que se venden a modo de souvenir entre los turistas". En Ciutat Vella, en la Sagrada Familia y en toda Barcelona, Jordi. Qué poco te mueves por la ciudad.
Esto, claro, no puede ser. ERC opta por la censura. Pone en duda que "productos turísticos ofensivos" como un pene con la marca Barcelona o una camiseta con comentarios sexistas, homófobos o alguno que "simplemente degrada la imagen de Barcelona" (sic) deban representarnos. A mi modo de ver, a mí no me representan, sino que representan fielmente a quien los compra, pero bueno, el señor Coronas piensa así y ahí lo dejo. También podríamos preguntarnos si la figura de un caganer no es igualmente ofensiva, y se venden caganers a docenas.
Añade el señor Coronas que estos souvenirs "no pueden formar parte de nuestro paisaje e identidad y entendemos que es necesario impulsar los cambios normativos necesarios para impedir la exposición pública y la venta de estos productos". Censura pura y dura. El gobierno municipal ha aceptado la tesis de ERC y ya está estudiando cómo convertirla en norma.
Qué quieren que les diga. Pienso que censurar está mal, se pongan como se pongan. La libertad de expresión sirve para que alguien pueda decir cosas que me disgusten. Kant sostenía que todos los derechos del hombre se fundamentan en uno, el de la libertad de expresión, y tiendo a estar de acuerdo con Kant en este punto.
Cuando salgo de Barcelona por la autopista, leo en inglés en los letreros de la autopista que vaya con cuidado con los forajidos, que me pueden asaltar y robar en cualquier momento. Eso sí que da una mala imagen de Barcelona y no un imán de nevera con forma de pene. Liberarnos de los forajidos está en manos de las autoridades, pero, por favor, que éstas no me digan cómo o cuál ha de ser mi identidad, qué puedo enganchar en la nevera o qué puedo y no puedo decir. Todo eso es cosa mía.