Barcelona está sitiada por una marea de cemento y acero. Cada día, por la mañana y por la tarde, miles vehículos rodean la ciudad dificultando a todos los accesos. El resultado del bloqueo es que quienes pretenden entrar o salir necesitan un tiempo extra para hacerlo: hay que levantarse más temprano. Acostarse más pronto es difícil en un país que vive en el límite de la noche, donde los telediarios empiezan a las 21:00 horas y los jóvenes no salen de juerga antes de medianoche. De todas formas, trasnochar es voluntario; madrugar, en cambio, empieza a ser indispensable si hay que llegar a tiempo al trabajo, a clase o a cualquier otro menester. Todo el mundo va con prisa. Salvo los parlamentarios, que pueden tomarse la vida con calma.

Sobre las dificultades de moverse en los límites de Barcelona acaban de publicarse dos informes que lo confirman. Uno, sobre la movilidad en toda la provincia, pone de relieve que los desplazamientos en transporte público se han adelantado. La gente que antes cogía el metro a los 8:00 horas, ahora lo hace a las 7:30 horas. Como sea que no ha habido, hasta donde se sabe, un cambio en los horarios de las empresas ni del comercio, ese movimiento sólo puede deberse a que se necesita más tiempo para llegar a la misma hora. El segundo informe lo ha hecho el Servei Català de Trànsit y explica que las autopistas catalanas están en el límite de saturación, con puntos más que densos justo en las entradas y salidas de Barcelona. Buena parte de esa saturación se debe al incremento del tráfico de camiones y es probable que también tenga algo que ver la eliminación de los peajes. Algunos, los dependientes del Gobierno de la Generalitat siguen vigentes.

La supresión de los peajes fue una de las peticiones cargadas de demagogia que impulsó ERC durante los tiempos en que la dirigía Oriol Junqueras. Ahora se ven sus resultados. Junts, liberal en economía, se puso de perfil porque el cobro beneficiaba a entidades privadas y nunca se sabe si puede caer algo, quizás un 3% o, en su defecto, algún puesto en un consejo de administración. Había una solución intermedia que a nadie parece interesar: mantener los peajes y que los cobrara una empresa pública. Es de suponer que si Acesa tenía beneficios la entidad pública los tendría también. A no ser que la gestionara ERC, que ya se ha visto que, igual que Artur Mas, hunde casi todo lo que toca. Termina su gobierno sin agotar la legislatura y, además de los colapsos de tráfico a las entradas y salidas de Barcelona, ha conseguido dejar la sanidad peor que a su llegada y empantanar aún más la enseñanza pública. Sus últimas pruebas dan a los alumnos notas pésimas en matemáticas y ¡en catalán! Esta misma semana el Gobierno ha reconocido que es incapaz de anunciar los destinos de los opositores en el plazo habitual. ¿Será que los datos viajan por carretera y se han bloqueado en algún atasco de los habituales en la AP-7?

Y esta gente pretende gestionar Rodalies, el aeropuerto y, mucho más grave, la totalidad de los impuestos. ¡Uff!

Las colas diarias en los accesos viarios de Barcelona se producen pese a que los datos indican que ha caído el número de desplazamientos en coche privado. Un hecho que puede deberse a dos motivos: las políticas restrictivas del anterior consistorio o la autorregulación de los conductores, cansados de aumentar el tiempo de trayecto.

La decisión de no pocos ciudadanos de madrugar más para llegar a tiempo sólo les afecta y perjudica a ellos. Los bloqueos de las carreteras, en cambio, inciden directamente sobre los costes del transporte de mercancías y, por consiguiente, en el precio final de los productos, haciéndolos más caros y menos competitivos, si están destinados a la exportación. Claro que el empresariado catalán no se preocupa mucho del asunto porque parece decidido a abandonar la producción de bienes para explotar el turismo que, de momento, va viento en popa.

La gente empieza a cansarse, pero se debe a que tiene poco aguante y diversas varas de medir. Hace unos días un residente en Castelldefels señalaba que los mismos barceloneses que se manifiestan contra el turismo son los que abarrotan las playas y localidades vecinas durante los fines de semana. Cierto que están poco tiempo, dadas las horas que necesitan para ir y volver. No hay mal que por bien no venga. Si hay algún bien posible en que todo vaya empeorando. Sin prisas, pero sin pausas. Sólo falta que haya repetición electoral y que el desgobierno de Pere Aragonés siga algunos meses más. Claro que igual no abandona la plaza de Sant Jaume porque los atascos de tráfico no le permiten salir la ciudad.