Que la masificación turística es un problema es innegable. Es necesaria una ordenación para que la aglomeración de visitantes no sea lesiva para la vida en los barrios que concentran la mayor parte del destino turístico. No es un problema solo de Barcelona. Toda Europa lo padece. Desde París a Roma, de Londres a Viena, de Florencia a Ámsterdam y así un largo etcétera sin olvidarnos del caso más sangrante que es el de Venecia.

En Semana Santa estuve en Praga. ¿Aglomeración? No, lo siguiente. No parecían los checos muy preocupados con esta masificación ni con la proliferación de tiendas cannábicas. Si en Barcelona dicen que hay muchas, Praga nos gana por goleada. Pregunté sobre la masificación y su respuesta era “bienvenida”. Lo decían los empleados de hoteles, bares y restaurantes, y qué decir de los de las tiendas de todo tipo que inundan las calles, incluido el barrio judío que, eso sí, cierra el sábado para frustración del visitante. El ejemplo más evidente de esta masificación es el puente Carlos que atraviesa el río Moldava. Por el puente no se puede circular en coche, pero hay caravanas y retenciones de visitantes la mayor parte del día. Hacerse una foto en soledad es casi un imposible.

Seguramente, otros ciudadanos también pondrán peros a esta vertiginosa afluencia. En Barcelona, pasa lo mismo en algunos momentos del año. Es lo que tiene ser una ciudad de referencia en el sur de Europa. Hace unas semanas una serie de entidades convocaron una manifestación contra el turismo. No contra su masificación, sino que enarbolaron la bandera de la turismofobia. Tanto dijeron que no al turismo, con petición de dimisión del alcalde incluida, que algunos descerebrados se vinieron arriba y acosaron a turistas sentados en terrazas disparándoles con pistolas de agua.

Estos mentecatos, sí mentecatos, se piensan que su acción “revolucionaria” tendrá consecuencias mediáticas, y las tuvo, y económicas, las puede tener, vista la reacción de los medios de comunicación de algunos países. Pasarán pronto estas consecuencias porque no van a dejar de venir turistas porque les amarguen una caña o porque les tiren pintura en un autobús turístico como ya sucedió hace años. Dicen que fueron unos miles, y es verdad pero no superaron los 3000. Se puede protestar contra la masificación turística, ¡solo faltaría!, pero las patochadas son sobreras e inútiles.

Además, sorprende que los que ponen el grito en el cielo por el turismo no suelen vivir del turismo, no viven en su gran mayoría en el centro de Barcelona, y se quejan de las medidas que ha puesto en marcha el consistorio sobre pisos turísticos. Una especie de sorber y soplar al tiempo. Barcelona tiene un problema con el turismo y su afectación a la vivienda, cierto, pero los que se manifestaron tampoco tuvieron en cuenta que en esta legislatura están en marcha más pisos públicos que en lo que consideran su época dorada de los últimos ocho años. Por cierto, de las viviendas container, por suerte, ya no se habla. Aquella solución ha sido desechada por ser, también, una patochada.

El turismo es una industria potente que da empleo a miles de trabajadores y es un revulsivo a centenares de comercios de todo tipo. Que hemos de gestionar esta masificación es más que evidente, pero el turismo no dejará de existir por muchas pistolitas de agua que se utilicen. Solo una cosa para la reflexión. ¿Los que se manifestaron ejercen alguna vez de turistas? ¿Viajan alguna vez? Pues un consejo, la cerrazón es una enfermedad que se cura viajando, porque viajando se aprende. Todos somos turistas en potencia y una reflexión final muy manida: no se pueden poner puertas al campo. Como mucho se puede organizar mejor para que no tenga efectos no deseados, pero el turismo seguirá existiendo. Seguro que los más de 1,6 millones de barceloneses así lo entienden. Los 3000 que salieron a la calle no, y menos las varias decenas de mentecatos que arruinaron la tarde a unos turistas que pasaban por allí. La cerrazón les quita la razón.