Hace ya varias semanas sufrí un accidente de moto cuyas consecuencias fueron distintas fracturas óseas y contusiones varias. A raíz de ello, y para desplazarme por la ciudad a las consultas médicas y a rehabilitación, me torné en usuario sobrevenido del transporte público. Este hecho me ha permitido constatar en persona la actitud de ciertos viajeros de una absoluta insolidaridad hacia las personas mayores, con discapacidad o hacia mujeres embarazadas y para con progenitores que se desplazan con criaturas de corta edad.
Los reglamentos de servicio establecen que es obligatorio ceder el asiento del metro, bus o tranvía a las personas con dificultades físicas. Estas normas no son suficientes con su actual redacción. Al efecto, hay en los convoyes zonas acotadas y reservadas, pero en demasiadas ocasiones, son ignoradas por usuarios incívicos que no respetan esta obligación de ceder el asiento a quien más lo precisa por salud y o seguridad.
Soy del parecer que la norma que obliga a la cesión de asiento ha de ser general y no exclusivamente parcial o testimonial en algunas plazas señalizadas. Debiera establecerse que en todo el convoy y en todos los asientos si hay una persona anciana, discapacitada o mujer embarazada o usuario acompañante de niños pequeños, debiera dejársele sentar por un tercero. Triste es que no se haga ya sin norma alguna que lo obligue. Sería una cuestión elemental de educación, aunque es evidente que la urbanidad extendida entre todos es una asignatura aún pendiente.
Tampoco puedo compartir que la actual obligación de cesión de un espacio reservado para personas vulnerables haya de ser exigible por éstas al usuario irrespetuoso que plácidamente está sentado en los lugares reservados. Creo que los inspectores debieran actuar de oficio y sancionar estos comportamientos incívicos sin esperar a hacerlo a que alguien necesitado lo haya sido requerido previamente y que la cesión haya sido rechazada posteriormente por el obligado. Hay personas, por ejemplo, las más mayores que, por temor o vergüenza, no pedirán a otros que se levanten y les dejen sentar a ellos.
Por las buenas, con educación, o por las malas, con sanción al canto, debe garantizarse a los usuarios vulnerables del transporte público desplazarse con todas las garantías en comodidad y seguridad.
Hay demasiados quebrantahuesos, viajeros insolidarios, que no ceden esos asientos y arriesgan a sufrir una lesión, a quienes no están en las mejores condiciones para desplazarse en el transporte público y hacerlo sin sobresaltos, riesgos innecesarios o entre aglomeraciones de pasajeros. Estos quebrantahuesos con su incivismo pueden ser corresponsables de una caída o golpe de las personas más frágiles o que las mismas viajen con la anustia de padecer algún percance durante el trayecto.
Para los quebrantahuesos del transporte nada mejor que estar enganchado a la pantalla del teléfono móvil para justificar su incivismo y que no se habían dado cuenta de la inmediatez de la persona necesitada o de fingir que como miraban el móvil no levantaban la vista. Afortunadamente, también es cierto que hay otras muchas personas que no dudan ni un segundo en ceder su asiento y con ello mantienen la confianza en que no todo es inhóspito en la ciudad.
Debo reconocer que TMB y otras empresas del transporte han promovido en los últimos años distintas campañas ciudadanas para sensibilizar sobre la cesión obligatoria de los asientos reservados a personas con movilidad reducida o vulnerables físicamente, pero es evidente que no son suficientes. Hay que perseverar y promover este hábito de urbanidad y nuevas normativas y Reglamentos de Viajeros más eficaces y protectores. Y cuando la apelación a la educación no sea razón suficiente para el incívico, inspectores y sanciones para al jet no le salga gratis su mala educación y su nula sensibilidad hacia quienes merecen que la tengamos toda.