Uno de los atractivos turísticos de más éxito de Berlín, la ciudad europea de moda desde hace unos años, es la huella del antiguo muro que separaba la RDA de la República Federal. Los alemanes han querido mantener el trazado de aquella frontera de la vergüenza con la que los soviéticos impidieron a los antiguos súbditos del III Reich que habitaban en el este de Berlín pasar al lado occidental para vivir en libertad.

No solo se conservan algunos trozos de la muralla, sino que en toda la ciudad está perfectamente señalizada la cicatriz que dejaron en el suelo los 43 kilómetros de cemento y alambradas que durante 28 años separaron a los berlineses. La capital alemana también mantiene vivos otros recuerdos de la bota soviética, como el que conmemora a los soldados del Ejército Rojo que cayeron en la batalla de Berlín y el que celebra la capitulación del nazismo a manos de los soviets, ambos en el céntrico parque de Tiergarten.

Los viajeros no disfrutan únicamente con los reclamos hedonistas típicos de los destinos turísticos, como demuestra el caso berlinés, que sabe combinar la cultura vanguardista, una amplia oferta de museos, y una propuesta gastronómica de interés con aspectos de su historia no necesariamente agradables.

Es un caso a emular por Barcelona, que de hecho ha empezado esa andadura con el desarrollo de un plan para dar a conocer lugares no céntricos que también tienen su encanto, más allá de las playas, la basílica de la Sagrada Família, las Ramblas o las históricas calles de Ciutat Vella. Barrios con su propio relato, más reciente o más antiguo, y no siempre feliz, como sucede en Berlín.

El MACBA acoge hasta finales de enero próximo una exposición fotográfica de nuestra periferia titulada Una ciudad desconocida bajo la niebla. Nuevas imágenes de Barcelona desde los barrios. En ella 13 fotógrafos explican con sus cámaras los espacios donde aterrizó la última oleada de emigración --Besós, Collserola, Gótic, Marina, Zona Franca-- y también otros que aún testimonian el pasado medieval de la ciudad, como los restos de la acequia del Rec Comtal.

El proyecto está impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona y su programa de barrios que en una de sus derivadas impulsa la descentralización del turismo a zonas que puedan reunir atractivos para los visitantes. Y es que, como dice el historiador Josep Burgaya, puede que una de las salidas del atolladero mundial en que se encuentra el fenómeno turístico pase por convencer a los ciudadanos de que con un simple viaje de autobús, sin necesidad de volar casi tres horas –hasta Berlín-- o 12 –hasta San Francisco--, pueden encontrar lugares interesantes y desconocidos.