Reconocí en su momento que había votado a Jaume Collboni porque había tenido el detalle de acudir a la presentación de mi libro Barcelona fantasma (una agradable mano a mano con Xavier Sardà y Jordi Basté). La justificación, lo reconozco, tenía algo de boutade, pero no todo: ¡cualquier cosa antes que Ada Colau o el Tete Maragall! Mi confianza en los políticos es escasa, ¿para qué les voy a engañar? Y uno lleva años acostumbrado a votar a lo que considera el mal menor. Pero, tras meses de fiscalizar al señor Collboni, observo que me ha dado algunas alegrías que voy a reseñar aquí por aquello de que es de bien nacido ser agradecido.

Para empezar, a diferencia de Ada y el Tete, Collboni me parece un tipo agradable, simpático y correcto, cualidades que debería atesorar todo político, pero que, en los tiempos que vivimos, no parecen de obligado cumplimiento (más bien al revés). Con Collboni se ha terminado, afortunadamente, el tono hosco hacia las instituciones españolas (es decir, de todos) que se gastaba Ada Colau, cuyo republicanismo galopante la obligaba a dar esquinazo al rey cada vez que éste caía por Barcelona, aunque apuntándose al papeo posterior, imitando al presidente de la Generalitat (Ada se pasó la vida intentando agradar a los lazis, pero nunca lo logró: una manera como cualquier otra de perder el tiempo). Si Salvador Illa llega a presidir la Generalitat, igual conseguimos mantener una relación educada con las altas instituciones del estado.

Puntos a favor de Collboni en ese sentido: tuvo el detalle de sentarse a platicar en público con el alcalde de Madrid, José Luís Martínez Almeida; se reunió con el mandamás del Instituto Cervantes para poner en marcha iniciativas conjuntas; a diferencia del fanático de la CUP que está al frente del ayuntamiento de Girona, colocó una pantalla gigante en la Plaza de Catalunya para que los forofos de La Roja pudieran disfrutar de un desahogo patriótico-deportivo; a nivel local, ha invertido ya el 47% de los fondos Next Generation y está tratando de poner orden en el sindiós de los pisos turísticos; acabar con la sensación de inseguridad (real o exagerada) de los barceloneses, es algo que llevará algo más de tiempo, en parte porque la administración Colau no hizo nada al respecto; la promesa de duplicar el presupuesto en Ciencia de la ciudad de Barcelona me parece muy razonable, teniendo en cuenta que llevamos demasiados años con el monocultivo turístico que ahora algunos quieren denostar mojando a turistas por la Rambla e incurriendo en algo que si no es racismo, se le parece bastante.

Les juro que no estoy a sueldo del ayuntamiento y que no soy un sociata profesional, pero, como esta sección suele inclinarse casi siempre por temas que considero que merecen un enfoque negativo, hoy me ha dado por destacar algo que me parece bueno para la ciudad: la presencia del señor Collboni al frente del ayuntamiento. Evidentemente, todas estas cosas que a mí me parecen tan bien, sacan de quicio a lazis y comunes. No hay más que ver la que le liaron por el desfile de Louis Vuitton en el Park Güell y la exhibición de Fórmula 1 en el paseo de Gràcia, como si esos acontecimientos no fuesen habituales en otras ciudades a las que Barcelona debería intentar parecerse (supongo que con la Copa del América le volverá a caer la del pulpo, pero qué se le va a hacer). Como en la canción de María Jiménez con La Cabra Mecánica, quiero creer que Collboni está intentando que la ciudad nos parezca más amable, más humana, menos rara. Igual peco de ingenuidad, pero después de aguantar tanto tiempo a Ada y su corte de déspotas nada ilustrados y habiendo visto de cerca la posibilidad de que Trias o el Tete llegaran a alcaldes de Barcelona, creo que me conformaría con cualquiera que no practique el mal rollo por sistema. Ya ven con qué poco se da uno por más o menos satisfecho.