El Ayuntamiento de Barcelona instaló hace unos días en la plaza de Catalunya una pantalla gigante de televisión para que los aficionados al fútbol (unos 4.000) pudieran ver el partido que jugaron la selección española y la inglesa. Presumiblemente debido al carácter deportivo del encuentro, aunque lo que ha rodeado a la competición futbolística y a la selección hispana parece cualquier cosa menos deporte, si uno se atiene a los comentarios publicados. Nada nuevo bajo el sol; hace tiempo que el fútbol de alta competición tiene mucho de negocio (económico o patriotero) y mucho menos de competición deportiva. La mayor parte de los clubes europeos no son ya de los socios, sino de entidades financieras, de millonarios sobrevenidos o, incluso, de estados que pretenden que el movimiento de la pelota distraiga de la conculcación de los derechos humanos, como pasa en los países del golfo.

El Barça aún no es una sociedad anónima, pero cada vez tiene más patrimonio enajenado. Hay quien está convencido de que el verdadero objetivo de Joan Laporta es devaluar el club hasta poder venderlo a precio de ganga. Y cuando un club tiene un propietario, la cosa cambia. Si no, que se lo digan al Espanyol. Su presidente, Chen Yansheng, no responde ante los socios, por más que estos puedan desgañitarse en un partido; lo hace ante la compañía Rastar Group, que es la que ha puesto el dinero y gana o pierde pasta.

Jaume Collboni se apuntó a instalar la pantalla por motivos escasamente deportivos. En el fondo, las mismas razones por las que el alcalde de Girona, Lluc Salellas (CUP), decidió que allí no se ofrecía gratis la imagen de los invasores (palabra que le induce a utilizar su formación intelectual para referirse a los españoles, excluidos los catalanes de pro, que son los que votan a su formación y a la de Sílvia Orriols). No es casual que ambas formaciones compartan grupo en el Parlament.

A Collboni, con todo derecho, le llamaba la atención el carácter aglutinador de la selección. Algunos de sus correligionarios han destacado que estaba integrada por jugadores de toda España y que mantenían excelentes relaciones, además de incluir a jugadores cuyas familias tienen otros orígenes. Y, sin decirlo explícitamente (en algún caso sí) se restregaba a Vox su silencio frente a Nico Williams y Lamine Yamal, mientras que clamaba contra los menores que malviven en Canarias porque, según estos tipos, son todos unos delincuentes en potencia. Frente al discurso del odio de Abascal y Obiols se levantaba ese monumento que se supone que es la selección, expresión de un proyecto de convivencia común. Se pasaba de lo meramente deportivo a lo estrictamente político. Y, ya de paso, algunos medios explicaban las vidas de los jugadores con la misma ceguera y pasión que los curas narran las vidas de los que llaman santos. Todo lo hacen bien y sudan por la patria, no por los 400.000 euros de prima que se repartirán de media.

Paralelamente, los telediarios de todas las cadenas (en TV3 menos, porque tuvieron que conformarse con la Copa de América) se llenaban de fenómenos de feria. Esta expresión se utilizaba hace algunos años para referirse a personas que, por lo que fuera, presentaban lo que entonces se consideraba una rareza: desde el fortachón hasta la mujer barbuda. Esta costumbre se consideraría hoy totalmente incorrecta y no sin razón. Pero debe de haber un cierto gusto por los bichos raros. Lo que pasa es que ahora no trabajan en el circo. Salen por la televisión. Cuanto más estrambótico sea su aspecto o su comportamiento, más cancha se les da. Han hecho desfilar a personajes tan brillantes como Manolo el del bombo, experto en dar la tabarra, pero que ha encontrado un medio para lograr publicidad y vivir de ella, o unos individuos vestidos de toreros, la esencia de España: la tortura animal. Tiene mérito cuando hasta los filósofos dudan de que haya esencias de nada (salvo en las perfumerías). Sin olvidar a quienes declaraban pomposamente: “por España, lo que sea”. ¡Toma ya!

A decir verdad, los españoles no estaban solos. El espectáculo de algunos hinchas embravecidos por el alcohol ha sido general. Y la suerte de los alemanes fue caer pronto. Tenían preparada una eclosión de nacionalismo rancio y se lo ahorraron. Estas exaltaciones sirven, sobre todo, a Alternative für Deutschland, a Vox y a los ingleses del Brexit que se emborrachan en Lloret o en Benidorm. Que la izquierda acuda a pescar en esas aguas turbulentas es solo una muestra más de lo despistada que sigue.

Ahora que vienen los Juegos Olímpicos, pensados entre los griegos como tiempo de tregua, será el momento de ver qué cadena resulta más beligerante.