Ernest Maragall ha dicho basta, hasta aquí. La ventaja de los políticos con una larga trayectoria es que pueden optar. De hecho, todos deberían considerar que hay líneas que no se pueden traspasar. Pero siempre prima la necesidad de preservar el grupo, de mantener cohesionada la organización. Y las malas pasadas, los momentos malos, los ataques personales, se dejan a un lado. La prioridad, siempre se verbaliza así, es el partido. Sin embargo, en el caso de Maragall se da otra circunstancia. Él, que dejó el PSC, el partido de su vida --nunca sabremos si estuvo siempre muy convencido o no-- porque entendió que no se había respetado a su hermano, Pasqual Maragall, en su etapa como presidente de la Generalitat, apostó en un primer momento por tener paciencia con su nuevo partido desde hace unos años, Esquerra Republicana.
A Ernest Maragall se le informó de que los carteles, con alusiones explícitas a la enfermedad de su hermano, el Alzheimer, junto a su propia imagen --en la campaña de las elecciones municipales-- había sido obra del fuego amigo. Se le señaló que el objetivo era que estuviera, de nuevo, en el foco mediático, porque las encuestas mostraban una polarización entre Xavier Trias y Jaume Collboni, que subían en los sondeos, en perjuicio del candidato de Esquerra. Se le aseguró, también, que se buscaría al o a los responsables de la acción. Y resulta que, pasados unos meses, apenas se sabe nada con certidumbre.
Maragall rompe el carnet de ERC "avergonzado y asqueado" por lo sucedido. Para él uno de los grandes culpables es el ex director de comunicación, Tolo Moya, por "acción, omisión o descontrol", aunque entiende que no podía actuar en solitario. Las respuestas no se ofrecen y la dirección insiste en que no sabía nada.
Una cosa sí tiene clara Ernest Maragall y es que confía en Marta Rovira, y en el proceso de renovación interna del partido, lo que deja a Oriol Junqueras en una situación delicada. Para Maragall Esquerra representa un buen proyecto, la izquierda progresista más adecuada a los nuevos tiempos en Catalunya. En numerosas ocasiones ha señalado que el PSC es un partido antiguo, que formula un proyecto de sociedad y de desarrollo económico periclitado. Es su posición. Respetable.
Lo que no era muy respetable es el silencio que ha mantenido. Tal vez obtuvo algunas promesas que no se han cumplido. La dirección le debe mucho a Maragall. Durante muchos años Esquerra Republicana suspiraba por el apellido Maragall. La asociación con el progreso de Barcelona, con un Estatut que intentó romper moldes --salió mal--, con un tripartito que llevó, por primera vez, a los republicanos a formar parte del Govern de la Generalitat desde la República, encantaba a los líderes republicanos. Y consiguieron que muchos dirigentes del PSC dejaran el partido para embarcarse en el barco de Esquerra.
Pero Maragall ha soltado amarras. No puede seguir ni un minuto más. Y por eso sorprendía ese silencio con algo que, --al margen de cualquier campaña electoral más o menos cínica-- no tiene nombre. En las redacciones de los medios de comunicación se hablaba de esa cuestión. Nada más conocerse los carteles, con los rostros de los hermanos Maragall, y la asociación con el Alzheimer, se pensó en una posible acción interna.
Ha sido así. Maragall, ahora sí, sitúa en primer término la dignidad. Todo lo demás, no tiene mucha más importancia. Como ciudadano podrá decir lo que considere, y, claro, defender el proyecto político de Esquerra. Pero no podía hacerlo como miembro de esa organización.